Gañanes, yuntas y besanas en Fontanarejo

17 04 2007


Gañanes, yuntas y besanas en Fontanarejo

JUSTO MUÑOZ FERNANDEZ

Fontanarejo, como muchos otros pueblos monteños, era hasta hace poco un lugar en el que los gañanes con sus yuntas uncidas al yugo y al arado protagonizaban una estampa rural y costumbrista que ya casi ha desaparecido por completo. Los avances tecnológicos y con ellos la mecanización del campo, se han llevado por delante la entrañable figura del gañan labrando surcos en la besana. Por otro lado, la dasaparición de esa labor tan agrícola ha hecho que se extingan también otros oficios que proporcionaban los aperos y las herramientas que utilizaban los yunteros en sus duros quehaceres. Me estoy refiriendo a las viejas fraguas, a las que acudían prestos desde primeras horas de la mañana los agricultores para preparar sus rejas; los talleres en los que se elaboraban los arados, los yugos, las coyuntas, los frontiles etc. Utensilios que, por otro lado, han sido con frecuencia motivo de inspiración en canciones de ronda de quintos o en estrofas para mayos, murgas, estudiantinas y jotas que tanto han sonado y aún suenan en nuestros pueblos. Recuerdo aquella que dice …«Los mozos en la fragua lo cuentan todo, igual que las lavanderas en el arroyo». O aquel mayo que va describiendo la Pasión de Cristo y todas las partes que componen el arado (el dental, las orejeras, la reja, el pescuño, la cama, las vilortas, la esteva, el timón el barreno etc. ) y que termina con esta letrilla… «El yugo es la columna/donde a Jesús amarraron/las coyundas los cordeles/con que le ataron los brazos».

Por suerte, los de Fontanarejo todavía tenemos la fortuna de poder ver en la labor a algún que otro gañán ya casi jubilado que, esporádicamente, uncen sus yuntas para arar o sembrar algunos días del año. Mantienen con ello vivo el rescoldo de un viejo oficio que antaño tuvo gran esplendor y mucho auge en nuestros campos. También podemos disfrutar con paisanos que aún pueden elaborar, si llega el caso, algunos de los tradicionales enseres que se usaban para las tareas del campo. Tal es el caso, por poner un ejemplo, del tío Virginio, un fontanarejeño de carácter afable y campechano, quien hace poco remató a la perfección dos magníficos yugos de madera idénticos a los que se utilizaban antaño. Uno de los flamantes ejemplares tiene adaptadas ambas gamellas para el arado, que mide 1,60 centímetros de largo, y el otro yugo, que está orientado para el carro o carreta, alcanza a 1,70 metros. Ambos están elaborados totalmente a mano y a la vieja usanza. Es decir, utilizando para su ejecución el hacha, la sierra, el escoplo, el formón, la lima, la lija y las propias manos de Virginio cargadas de maestría artesana aprendida desde muy joven cuando él mismo era gañan y esculpía con destreza y desparpajo los yugos y otros aperos de labranza. Este Fontanarejeño, que es un buen comunicador de vivencias del ayer, te da pelos y señales de todo el proceso, desde la elección de la madera, en este caso una viga de álamo negro, hasta el remate final con el lijado de toda la pieza. Virginio Muñoz Martín posee, además, un pequeño museo familiar donde alberga decenas de aperos de labranza, entre ellos varios yugos y tozas, junto a decenas de objetos antiguos de los que se utilizaban en las viviendas del Fontanarejo del ayer.

Gracias a estos paisanos nuestros, que son el testimonio vivo de un tiempo no tan lejano, y a sus pequeños muestrarios familiares podemos disfrutar aún de los vestigios y de los restos de una cultura rural que se extingue sin remisión. Una cultura que necesitaría con urgencia de un mayor apoyo social e institucional para evitar su absoluta desaparición y que sea condenada a un injusto y devastador olvido.

En su obra «Puerca tierra», el escritor John Berger (Londres, 1926), dice lo siguiente:
« Despachar la experiencia campesina como algo que pertenece al pasado y es irrelevante para la vida moderna, imaginar que los miles de años de cultura campesina no dejan una herencia para el futuro, sencillamente porque ésta casi nunca ha tomado la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo ello es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas: no se puede tachar una parte de la historia como el que traza una raya sobre una cuenta saldada».

Y en esa tarea de evitar una progresiva desaparición de un legado tan ancestral me consta que trabaja la Asociación Cultural Montes de Toledo , una entidad que cumple ahora felizmente sus primeros 30 años de existencia y que, buena parte de su actividad, la ha dedicado a recuperar retazos y vivencias de esta cultura rural y campesina divulgándola por doquier. En esa tarea estoy seguro que van a seguir aventando a los cuatro vientos los valores y el patrimonio monteño que es tan rico y tan singular.

A los que tenemos hincadas nuestras raíces en la España rural nos satisface mucho la existencia de asociaciones como esta que velan y que se esfuerzan por dar cuerda al recuerdo y preservar los testimonios de una forma de vida rural que atesora una peculiar cultura trasmitida de generación en generación y que merece la pena conservarla y difundirla.


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Un comentario

21 08 2010
Luis Escobedo

Dios con vosotros. Agradezco desde y hasta el alma por el entrañable regalo de este artículo sobre la vieja agricultura ibérica y sus artes en madera y hierro, pero especialmente, por la lucha hermosa que realizan los hombres del surco y los de la pluma. Bendiciones.

Luis Escobedo
Guatemala, C.A.

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