“LA HORA DEL GAZPACHO”: UN MOMENTO MUY ESPERADO CUANDO SE TRILLABA EN FONTANAREJO

2 07 2020

EL RATO MÁS ANSIADO A PIE DE PARVA, JUNTO CON LA HORA DEL ALMUERZO POR LA MAÑANA A BASE DE MIGAS, SE REGISTRABA A ESO DE LA MEDIA TARDE, EN PLENO RESISTIDERO

LA “CAIDA DE LA SOMBRA” DE LA CAPILLA DE LA IGLESIA ERA EL RELOJ QUE MARCABA EL INSTANTE DE VOLVER LA PARVA Y DE SOLTAR LAS YUNTAS AL MEDIO DÍA PARA IR A COMER

Justo Muñoz Fernández

Las duras tareas del verano de antaño en Fontanarejo, que se iniciaban con la siega a mano de avenas, cebadas, centenos y trigos, tenían su momento más álgido en la era. Día a día, y de sol a sol, el achicharrador escenario estaba marcado por diversos momentos que se sucedían casi a diario: El “sacado” de la mies en carros de yuntas, las hacinas repletas de haces, la trilla, la vuelta de la parva, el amontonado, la posterior limpia del grano y la tarea final de encerrar la paja. Horcas, palas, rastros, bieldas, “amontonaores”, escobas, arneros etc. eran algunos de los utensilios que se manejaban en la era para llevar a cabo tan rutinaria y dura faena.

Las calurosas jornadas de trilla suponían el instante en el que entraba en acción la muchachada quien, estoicamente en el trillo y controlando la yunta con el ramal, contribuía al duro quehacer de triturar la mies dando vueltas a la parva, que mermaba y terminaba “hecha polvo” bajo el pedernal.

Y en medio de esa dura y “cansina” tarea que suponía el trillar durante horas y horas, había dos momentos muy esperados y celebrados a lo largo de cada jornada: La hora del almuerzo, que solía ser a media mañana y casi siempre a base de migas; y la hora del gazpacho, a media tarde. De ambos instantes, y sin desmerecer las ansiadas migas mañaneras, se llevaba la palma la “hora del gazpacho””. Era un momento sublime que se registraba cada tarde sobre las 17,30 y las 18 horas, en pleno resistidero, que la Real Academia define bien como “tiempo después del medio día en que aprieta más el calor”.  “La hora del gazpacho” marcaba un antes y un después en la soporífera jornada vespertina. A partir del gazpacho hacía ya menos calor, o al menos así lo percibíamos los “trillaores” de entonces. Y eso que, por aquellos años sesenta, no había frigoríficos en casi ninguna de las casas del pueblo y el agua utilizada para el gazpacho, salía o bien de los pozos o bien de los cántaros traídos de la fuente. Era también el agua con la que, para calmar la habitual sed veraniega, se llenaban los botijos de barro, los zaques de cuero, las cubas de madera, las calabazas obtenidas de las huertas etc.

Hay que reseñar que aquellos gazpachos se elaboraban con mucho esmero y con tiempo. Los utensilios fundamentales eran la hortera de madera y el “machacandero”, también de madera. Con este último se trituraba un diente de ajo y después, junto con el huevo, la miga de pan, el abundante aceite y el vinagre, se obtenía una suculenta y contundente masilla, que era la base del gazpacho de entonces. A la hora de comerlo, se solía verter sobre un azafate con agua y se añadían los pedazos de pan a modo de “sopas” , junto con trozos de pepino y de tomate. Riquísimo.

Ni que decir tiene que, en plena galbana y a pie de trilla, eran muchas las veces que, los que trillábamos en las Eras de Abajo, mirábamos incesantemente a la “Cuesta de las Eras”, que es el tramo que va desde el Cementerio Viejo hasta el enlace con la Calle Real. Tratábamos de atisbar, entre vuelta y vuelta a la parva, si veíamos, ¡por fin!, bajar al familiar que nos traía hasta la era el ansiado y esperado gazpacho, que nos comeríamos “tan ricamente” bajo el “sombraje”, o a la sombra de una pared.

Y hablando de históricas y recordadas paredes, uno de los muros míticos durante la trilla era el hastial lateral de la capilla de la iglesia parroquial de Fontanarejo. El avance de la sombra de aquella pared marcaba la hora exacta, en tiempos en los que casi nadie llevaba reloj, y menos a la era. Cuando la sombra caía a la altura del denominado “ojo de buey” (ventana circular muy habitual en la arquitectura de siglos pasados), llegaba el momento de volver la parva al medio día y, por lo tanto, la celebrada hora de soltar las yuntas y de regresar a casa para comer. El plato habitual solía ser un contundente cocido de puchero, que había estado puesto a la lumbre toda la mañana.

Sirvan estas líneas, con las que hemos echado la vista atrás recordando los tiempos de era y trilla en Fontanarejo, para desear un buen verano. Un estío que, sin duda, será diferente en la “nueva normalidad” y estará marcado por la regulación normativa debido a la pandemia y a la crisis sanitaria por el coronavirus. Es muy importante que intensifiquemos la prudencia, que aumentemos la responsabilidad y que practiquemos el sentido común. 

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Un comentario

19 07 2020
Amelia garcia

Que recuerdos más bonitos .recuerdo comer las migas debajo de las higueras en la calle real con brevas y arope .y nos juntábamos mis padre y el tío tanislao y su mujer y su hijas

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