CORPUS CHRISTI: UNA FESTIVIDAD QUE RELUCE EN FONTANAREJO

20 06 2020

LOS TRADICIONALES ALTARCILLOS Y LAS CALLES ADORNADAS CON ARBUSTOS COLCHAS Y SÁBANAS, MARCAN UNA SINGULAR PROCESIÓN CON LA APRECIADA CUSTODIA, QUE ESTE AÑO NO SE HA PODIDO LLEVAR A CABO DEBIDO A LA PANDEMIA

LA IGLESIA PARROQUIAL ACOGIÓ UNA MISA, SIGUIENDO LAS NORMAS DE DISTANCIAMIENTO ESTABLECIDAS, EN LA QUE HUBO UNA EXPOSICIÓN/ADORACIÓN DE LA CUSTODIA CON LA SAGRADA FORMA, CON LA QUE EL SACERDOTE BENDIJO A LAS PERSONAS ASISTENTES Y DESPUÉS LO HIZO A TODO EL PUEBLO DESDE EL PORTALILLO DEL TEMPLO.

Justo Muñoz Fernández

Desde siempre, la festividad del Corpus Christi ha sido y es una de celebraciones muy señaladas en nuestro pueblo donde, por lo que se aprecia, la mayoría del vecindario se suma al conocido dicho: “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. L@s de Fontanarejo han mantenido y mantienen viva una secular tradición que consiste en colocar singulares altarcillos en las calles y en engalanar con arbustos, colchas y sábanas el recorrido de la procesión por donde pasa su venerada y apreciada custodia. Acompañan estas líneas algunas fotos retrospectivas de la procesión del Corpus en nuestro pueblo en los años cincuenta y posteriormente en los setenta, así como instantáneas tomadas el año 2010 y el pasado año.

Las vías urbanas por donde discurre cada año el tradicional ritual del Corpus Christi se suelen adornar en vertical, es decir colocando en todas sus paredes arbustos,- fundamentalmente retamas-, que van marcando el itinerario procesional con un color y un olor muy especial. Las bocacalles se engalanan/“tapan” con preciosas colchas y sábanas bordadas que suponen toda una exposición de artesanía y una muestra del bordado/costurerismo local.

Reseñar que la custodia de Fontanarejo es una obra del arte renacentista. Esta joya de la orfebrería religiosa se mostró al público en la Exposición Iberoamericana de Sevilla en el año 1929, dentro del Pabellón de Castilla La Nueva.

Comentar también que era habitual que l@s alumn@s de la escuela pública de Fontanarejo se fotografiaran en grupo, y en fechas pegadas al Corpus Christi, junto a la apreciada custodia del pueblo. Por otro lado, también era habitual que muchos de los agricultores locales hicieran un alto en el camino y pararan las tareas de siega durante la jornada del Corpus.

Este año y a causa de la emergencia sanitaria por la pandemia del coronavirus, la festividad del Corpus Cristi se ha ceñido a una misa, con adoración/exposición de 10 minutos de la apreciada custodia, que estaba colocada sobre el altar. El acto litúrgico tuvo como escenario la iglesia parroquial de Fontanarejo, siguiendo las medidas sanitarias y de distanciamiento. El sacerdote, Carlos Ferrero Moreno, tras bendecir con la custodia, que portaba la Sagrada Forma, a todas las personas que asistieron a la misa, salió al portalillo del templo y, sólo y elevando la custodia portadora del Corpus Christi, bendijo también solemnemente a todo el pueblo, en un momento muy emotivo.

Tampoco se han celebrado este año las primeras comuniones, que se suelen hacer coincidir siempre con la festividad del Corpus Cristi.

Termino estas líneas haciendo un reconocimiento personal y público a todas las personas de nuestro pueblo que han mantenido esta costumbre a lo largo del tiempo; y a las que aún mantienen viva la tradición, cuando las circunstancias lo permiten, de montar los pequeños altarcillos y la peculiar tarea de engalanar las calles con arbustos, sábanas y colchas. Mi aprecio, consideración e intenso y afectivo aplauso a tod@s l@s paisan@s que ya no están entre nosotros (descansen en paz); y a las que aún velan y trabajan por preservar e impulsar esta secular tradición fontanarejeña.

(*) Las fotografías que acompañan este texto son: la número 1 es del año 2009 ; la 2 del año pasado; la 3 y 4 de los años cincuenta; la 4,5,6,7,8,9,10 y 11 de los años setenta, y el resto son del año 2010 (realizadas por Juan Ramón Navarro García y Justo Muñoz ); y del pasado año 2019 (tomadas por Juan Manuel Gómez Fernández).

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CUANDO EN FONTANAREJO SE UTILIZABAN ZAFRAS, CÁNTAROS, JARROS, ALCUZAS Y CANDILES

5 03 2020

EL ACEITE SE OBTENÍA EN NUESTRO PUEBLO, EN TIEMPOS REMOTOS, PISANDO LAS ACEITUNAS METIDAS EN UN SACO SOBRE UN BANCO DE MADERA Y ECHANDO AGUA HIRVIENDO

LAS ARROBAS CON EL PRECIADO LÍQUIDO SE DEPOSITABAN EN LA ZAFRA Y DE AHÍ SE SACABAN LOS JARROS Y ALCUZAS PARA EL CONSUMO DE TODO EL AÑO, TANTO PARA COCINAR COMO PARA EL ALUMBRADO CON LOS CANDILES Y LAS LAMPARILLAS

Justo Muñoz Fernández

Hace poco nos referíamos en este mismo blog – (ver reseña aquí mismo, un poco más abajo)- al denominado “resbusque” de aceitunas en el Fontanarejo de antaño. Hoy vamos a tratar de explicar cómo se obtenía el aceite en nuestro pueblo, también hace ya muchos años, pisando las aceitunas y de manera totalmente artesanal.

Tenemos que remontarnos a tiempos en los que en Fontanarejo la recogida de las olivas era una de las tareas más importantes dentro del ciclo productivo agrícola anual. Una estudiantina de la época reseñaba esta tarea con gran entusiasmo, y en un año que debió ser bueno de aceituna, con una letrilla que decía así: “Las aceituneras de Fontanarejo tenemos mucha alegría/ que este año hay mucho aceite/ y haremos mucha candelilla”. O lo que es lo mismo “Aceite abundante, buen año por delante”, que decía el dicho.

En aquéllos pretéritos años, los trabajos de “ordeño”, vareo y “rebusque” se solían iniciar bien pasado todo el ciclo navideño, pues el sabio Refranero indicaba que “Quien coge aceitunas antes de enero, deja el aceite en el madero”, o aquel otro que sentencia …”Mientras la aceituna cuelga de la rama, aceite gana”.

Parece evidente que la recolección olivarera por aquél entonces se debía llevar a cabo cuando el fruto estaba lo más maduro posible. Hay que tener en cuenta que las aceitunas se sometían a una ardua tarea de duro pisado para obtener las arrobas de aceite que se echaban en la zafra, un singular depósito de metal donde se sacaban después, durante todo el año, los jarros y las alcuzas de hojalata con un contundente aceite. También se solía llevar el aceite a los hatos y a las majadas en las ancestrales aceiteras elaboradas con cuernos de reses vacunas a los que, una vez limpiada y extraída la parte maciza, se les tapaba con un taco de corcha y también de madera.

Hablamos pues del aceite como un producto que era clave para la subsistencia en el mundo rural de entonces tanto para cocinar, como también para alumbrar las dependencias de las casas y tenadas con los tradicionales candiles, lamparillas etc.

PISADO DE ACEITUNAS SOBRE UN BANCO Y CON AGUA HIRVIENDO

Decir que, antes de que se pusieran en marcha las almazaras que funcionaron en nuestro pueblo ya más mecanizadas, el aceite se obtenía pisando la aceituna. Una laboriosa y dura tarea, según los testimonios recabados en nuestro pueblo, que se llevaba a cabo en las casas, tenadas o corrales donde se procedía al aplastado de las olivas metidas en un saco o costal y pisoteándolas sobre un banco de madera ligeramente inclinado en rampa. Un artilugio que habitualmente se conseguía de un gran tronco de árbol, generalmente de roble, tras moldearlo a base hacha, azuela y pericia.

Al banco subía el “pisaor” quien, con gran destreza, cogía con una mano el saco/costal cargado de aceitunas y con la otra mano, para no perder el equilibrio, se sujetaba de una soga que a la vez estaba amarrada a una viga.

Previamente a esas intensas jornadas del pisado de las aceitunas, la cosecha se solía dejar apilada un par de días más o menos en una troje o algorín para que fermentara. El día antes del pisado se las solía pasar por agua para eliminar la posible tierra o suciedad. De ahí se iban sacando y depositando en un saco o costal, elaborado con un tejido especial. Un embase que manejaba el “pisaor” con maestría y acierto pues había que sacudir y colocar el saco lleno de aceitunas en una serie de posturas específicas para que saliera el mayor líquido posible. Para ello se iba echando agua muy caliente sobre el saco para lograr un mayor rendimiento. Agua hirviendo que, a la vez, se lograba colocando una gran caldera sobre las trébedes de hierro y en una gran lumbre, alimentada frecuentemente con jarones secos, para lograr una mayor combustión.

Todo el líquido que salía lentamente del saco pisoteado iba cayendo a un recipiente del que, por decantación, se sacaba el alpechín que mana de las aceitunas y que la RAE define como “líquido obscuro y fétido que sale de las aceitunas cuando están apiladas antes de la molienda, y cuando, al extraer el aceite, se las exprime con auxilio del agua hirviendo”.

El aceite, que se cogía con esmero de la parte alta del recipiente, se depositaba en las zafras y era de vital importancia para el consumo anual de cada casa.

Añadir, para terminar esta retrospectiva, que de los posos que se iban depositando en el fondo de las zafras que albergaban las arrobas de aquel intenso aceite, se solía coger el residuo para hacer el jabón casero que nuestr@s antepasad@s utilizaban como ancestral detergente para lavar la ropa en el arroyo.

¡Tiempos duros, sin duda, y de intenso reciclaje!

 DICHOS, REFRANES Y LETRILLAS

El aceite, como ya se ha dicho, era un producto imprescindible para la subsistencia en el mundo rural de antaño; como pasaba también con la tradicional matanza del cerdo. Hay una jota que escuché tiempo atrás en tierras de Castilla y León y que, a modo de rogativa, decía “Virgen de(aquí citaba a la patrona)/ te venimos a pedir/, garbanzos para la olla/ y aceite para el candil”.

Otra letrilla jotera se refiere al candil y a la alcuza con gran precisión lumínica a la hora de “despachar” a las visitas y dice así:” El candil se está apagando/ y la alcuza no “tié” aceite/ yo no digo que te vayas/ ni tampoco que te sientes”.

Añadir también que, en ese gran patrimonio oral que son los refranes, dichos y jotas populares, hay una que tiene que ver con las posesiones olivareras a modo de “ajuar”. Dice así: “Anda diciendo tu madre /que tienes un olivar/ y el olivar que tú tienes, ¡ay!,/ es que te quieres casar”.

Por otro lado, el aceite y el olivo han sido y son un gran referente y un recurso conversacional. Vayan estos dos ejemplos: Siempre te quieres quedar encima como el aceite”, cuando nos referimos a alguien que pretende mantener su criterio por encima de todos. Y este otro, para indicar que cada uno debe estar en su sitio, en su casa, en sus asuntos, en su trabajo y en sus menesteres…”Cada mochuelo, a su olivo”.

(*) Dar las gracias a Eloy Muñoz González, Juan Manuel Gómez Fernández y Juan Ramón  Navarro García por las fotos retrospectivas que han aportado a esta reseña.

 

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TIEMPOS DE “REBUSQUE” DE ACEITUNAS EN EL FONTANAREJO DE ANTAÑO

3 02 2020

 

Terminada ya la campaña de recogida de aceitunas 2019/20 en nuestro pueblo, decir que, en general, ha sido un año con peor cosecha que el anterior. Añadir que, además, se produjo un fenómeno meteorológico adverso que empeoró aún más el resultado, pues las jornadas de viento registradas durante algún día a mediados del mes de diciembre parece que tiró al suelo parte del fruto; unas olivas que, en muchos casos, se quedan sin acarrear.

Años atrás, cuando se iniciaba la recolección olivarera se solían recoger todas o casi todas las aceitunas del suelo antes de poner las mantas para el “ordeño” o el vareo. Y, una vez levantadas estas, se llevaba a cabo otro minucioso recorrido para localizar los frutos que se habían caído fuera del “manterío”. Y, si aún seguía alguna aceituna suelta, se quedaba tirada en el olivar para el denominado “rebusque”, una tarea que en tiempos pretéritos era frecuente en Fontanarejo.

Precisar que la Real Academia define el término rebuscar así: ”Recoger el fruto que queda en los campos, particularmente el de las viñas, después de alzadas las cosechas”

En nuestro pueblo, y en tiempos ya más lejanos, había personas que rebuscaban aceitunas una vez terminada la recogida de la cosecha, o espigaban tras la siega para sacar unos litros de aceite, o unos celemines o cuartillas de grano.

Reseñar, por otro lado, que el rebusco viene de muy antiguo y que era una tarea contemplada en épocas muy remotas. Por poner un ejemplo, la Biblia en el Antiguo Testamento,- (libros Levítico y Deuteronomio)-, y al hablar del amor al prójimo dice que no se espigue la tierra segada ni se rebusque el fruto caído de la viña y que se deje para los pobres, los necesitados y los forasteros.

La más que bimilenaria figura del rebuscador, está ya en plena extinción. No sólo por el hecho de que cada vez menos personas, afortunadamente, se dedican a ello por cierta necesidad; si no porque, además, las nuevas ordenanzas y leyes en vigor en la mayoría de las comunidades autónomas regulan la denominada trazabilidad de los productos agrícolas que permite comprobar el origen y el destino en el recorrido que va desde el transporte a la circulación, origen, recepción y venta de aceituna.

LA MUCHACHADA SALÍA DE “REBUSQUE”

Posteriormente a los tiempos remotos más duros, y ya en los años sesenta, el “rebusque” de aceitunas lo solía llevar a cabo, sobre todo, la muchachada que se sacaba unas pesetillas con los escasos frutos que lograban recoger. Algunos testimonios de paisan@s, que hoy están cerca de los setenta o más años, indican que “solíamos salir a rebuscar recorriendo los olivares una vez que ya estaban terminados y recogidos y en donde, por cierto, ya quedaban pocas o casi ninguna. Dábamos muchas “patás” hasta que lográbamos coger algunas olivas perdidas entre los cantos, la tierra y las piedras. Las llevábamos al lugar o sitio donde, casi siempre al atardecer, recogían las aceitunas de los olivareros de nuestro pueblo, y nos solían dar una o dos pesetas, más o menos, por cada latilla o kilo que entregábamos”, comentan algunos-as rebuscadores-as de entonces que hoy peinan ya canas y calvas.

¡Qué tiempos y qué ratos rebuscando minuciosamente…olivares arriba y olivares abajo!

Justo Muñoz Fernández

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LA LUMBRE DE LOS QUINTOS MARCABA LA NOCHEVIEJA Y EL AÑO NUEVO EN FONTANAREJO

29 12 2019

LOS MOZOS TRAÍAN ANTAÑO, EN CARROS TIRADOS POR YUNTAS, TRONCOS DE LA DEHESA TALADOS CON HACHA Y CALABUEZO, PARA PRENDER UNA GRAN HOGUERA EN LA PLAZA; TOSTABAN MIGAS AL AMANECER Y RECORRÍAN LAS CALLES PIDIENDO EL AGUINALDO ACOMPAÑADOS DE UN BORRICO ATALAJADO CON AGUADERAS Y UN CENCERRO

El ritual festivo se repetía siempre el último día de cada año y tenía como grandes figuras a los quintos. El tránsito de un año a otro, durante la denominada Nochevieja, lo protagonizaban en nuestro pueblo los mozos que les tocaba ir a la Mili, que eran los encargados de encender una gran lumbre, ya hiciera frío, lloviera, nevara o “chuciara”. El espectacular y puntual “lumbrerón”, alimentado con troncos de chaparros talados con hacha y calabuezo, lo prendían en la entonces Plaza Grande, hoy Plaza de la Constitución.

Indicar que la Real Academia define al quinto como “mozo desde que se sortea hasta que se incorpora al Servicio Militar”. Hablamos de los tiempos en los que “la Mili” era obligatoria, una prestación cuya obligatoriedad se suprimió en el año 2001.

Los quintos y el sorteo previo para conocer el destino de cada mozo fueron motivo de inspiración de numerosas jotas y letrillas en muchos lugares. Cito aquí algunas:

“Ya se van los quintos madre/ ya se va mi corazón/ ya se va quien me tiraba/

chinitas a mi balcón”.

“Vamos los quintos “pa” arriba/ que ya suenan las campanas/ y sabremos nuestra suerte/ “pa” unos buena, “pa”otros mala”

Los quintos, como digo, eran los encargados de prender la enorme hoguera con troncos y ramas de chaparros. Para ello se desplazaban el día 31 hasta la dehesa boyal de nuestro pueblo para recabar la abundante leña con la que alimentar la gran y simbólica lumbre que ardía durante toda la noche y buena parte del día siguiente. Eran tiempos, por otro lado, en los que la mayoría de los mozos trabajaban de pastores o gañanes en tareas agropecuarias por lo que era frecuente que muchos de ellos se incorporaran al grupo ya al atardecer, tras la jornada de trabajo, para ir a recabar la leña. También, según refieren nuestros informantes, siempre se pedía permiso al alcalde para poder cortar los troncos en la Dehesa. La recomendación de la primera autoridad solía ser cada año la misma: que no se talaran las encinas grandes y que la leña se sacara de “entreclarar” los matorrales. El hacha y el “calabuezo”, como ya he dicho, eran las herramientas cortantes que se utilizaban entonces para hacer una “buena chanbalá” y cargar los carros hasta los topes.

Algunos de los quintos de antaño, paisanos nuestros que hoy saltan ya de los setenta, ochenta y noventa años, comentan y recuerdan un sinfín de anécdotas de aquellas intensas jornadas en los aménes de cada mes de diciembre. Entre ellas, reseñar el año que, ya atardecido, volcaron un carro tirado por mulas y ya cargado de troncos. Fue en el Aguilero y tuvieron que levantarlo y volverlo a cargar en medio de un gran aguacero que caía en esos momentos.

Y también sacan a relucir yuntas y animales dóciles que, uncidos al ubio, tiraban estupendamente del carro cargado como fue el caso de las recordadas vacas “Limonera”, “Gallarda”, “Membrillera”, “Bragá”, “Azucena” o el toro “Cachorro” etc..

Decir, por otro lado, que era todo un acontecimiento ver entrar de noche por las calles del pueblo los carros cargados hasta los topes con troncos de chaparros; y también escuchar el sonido metálico de las yantas de las ruedas, que muchas generaciones tenemos aún grabado en nuestro archivo/recuerdo sonoro de infancia/adolescencia. Hay que tener en cuenta que por aquellos años la mayoría de las calles del pueblo estaban empedradas o eran de tierra pura y dura.

Una vez prendida la lumbre, que era celebrada y visitada durante toda la noche con gran regocijo por el vecindario, los quintos solían tostar, ya al amanecer, una sartén de migas para almorzar. Y, tras llenar la andorga con tan contundente “miguerío”, llevaban a cabo otro ritual que consistía en pintar con una cruz las puertas de las casas, corrales y pajares del pueblo. “Lo solíamos hacer con jalbiego elaborado con tierra blanca y pintábamos una cruz en las puertas, salvo en las viviendas en las que sus moradores estuvieran de luto por la muerte del algún familiar. En ese caso, se respetaba el duelo y no se pintaba la puerta. Utilizábamos pellejos sacados de pieles de ovejas o bien de piel de conejo o de liebre como hisopo para pintar”, comenta uno de los quintos que lo fue allá por el año 1955.

Cuando concluían de marcar las puertas, el grupo de mozos recorría las calles de nuestro pueblo, a modo de sonora ronda, pidiendo el aguinaldo. Y lo llevaban a cabo  acompañados con un burro al que colocaban un gran cencerro al cuello e iba atalajado con albarda y unas aguaderas de esparto para ir depositando en ellas los obsequios que recibían del vecindario: mantecados cocidos en los hornos; morcillas, tocino, chorizos y hasta lomo procedentes de la tradicional matanza del cerdo.

Por su parte, los quintos solían llevar una garrafa de vino y también era frecuente portar una botella de anís o de coñac para invitar a beber un trago mañanero a quien lo aceptaba. La guitarra, algunas veces el laúd o simplemente una zambomba solían ser los instrumentos para acompañar el canto de las jotas que entonaban los mozos de puerta en puerta, con parada “obligatoria” en las históricas esquinas del recorrido donde era muy tradicional cantar aún con más ímpetu y más alto. Vayan aquí algunas de aquellas letrillas joteras:

“Como sé que te gustan los garbanzos tostaos/ por debajo la puerta  te echo un puñao”

”¿Dónde estarán los quintos que no aparecen/ si estarán en Guadiana pescando peces”

“Tu madre te “tié” en casa con la puerta “cerrá”/ y la radio encendida/ chacarrá-chacarrá”

En las últimas décadas se solían cantar, además de las conocidas jotas, algunos villancicos de los más populares y tradicionales.

Con los aguinaldos recogidos, el grupo de mozos solía juntarse de nuevo al medio día del Año Nuevo o bien por la noche para comer o cenar y seguir con la fiesta. Si había baile, acudían al salón de la tía Adela y del tío Telesforo (QEPDescansen), o se  reunían a comer en casa de alguno de los quintos que, repito, eran los grandes protagonistas de esta tradicional fiesta fontanarejeña cada fin de año.

Tras la desaparición del Servicio Militar obligatorio tras un Decreto en el año 2001, la lumbre se ha seguido encendiendo por jóvenes que, año tras año, han apuntalado y mantenido esta singular tradición. Tras unos años, en los que se encendió la hoguera en diversos lugares del casco urbano, en la Nochevieja de 2018 se volvió a prender la lumbre en la Plaza de la Constitución, momento que recogen las fotos en color que acompañan este texto realizadas por Quintín Muñoz Arias el año pasado. La foto en blanco y negro, en la que se ve parte de la Plaza Grande con un carro y la calle Don Diego es de los años sesenta.

Sirva esta reseña retrospectiva para felicitar las fiestas navideñas 2019 y desear un buen, próspero y venturoso año nuevo 2020, que está ya a punto de entrar.

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“POSÁS”, REJALES, CORCHOS Y BIROS EN LOS MONTES DE FONTANAREJO

20 11 2019

La apicultura ha estado presente a lo largo de la historia en nuestro pueblo y así se refleja en las Relaciones Topográficas del Rey Felipe II del año 1.576, y en el catastro del Marques de la Ensenada de 1752, que cifra en 350 las colmenas que había entonces

Un grupo de amigos recorrimos “Posaesquiná” y “Posarrionda”, dos históricos asentamientos colmeneros

La apicultura ha sido una de las actividades más enraizada y continua en el término municipal de Fontanarejo a través de los siglos. Además de la trasmisión oral que nos habla de esta dedicación entre nuestros antepasados, existe documentación del año 1576 asegurando que en nuestro pueblo “la cosa que más se coge es miel”. Así lo reflejaron por escrito los enviados de la Corona que visitaron Fontanarejo un 7 de febrero del citado año 1576 y plasmaron el dato en un texto que se recoge en las “Relaciones topográficas del Rey Felipe II”. En el referido documento se habla que las tierras de Fontanarejo estaban cubiertas por carrascos, jara y alcornoques, bosques en los que, por aquél entonces, “se crian jabalíes, lobos, zorros, osos y otros animales feroces”.  En cuanto a la producción se dice que hay escaso trigo, vino y que es abundante la miel, la cera y algo de ganado. La población que había en ese instante es de 200 vecinos que vivían del laboreo de la tierra y de las colmenas.

Existen otros documentos posteriores, ya en el siglo XVIII, como el que encargó realizar el Marques de la Ensenada en el año 1752. En ese catastro de todos los bienes de la Corona de Castilla se cifra en 350 las colmenas que había en nuestro pueblo por aquél entonces. En el citado escrito se especifica que esos corchos son “de vecinos del lugar, de forasteros hacendados en el mismo, de cofradías de su iglesia y también del párroco del pueblo”. Hay que tener en cuenta que de los abundantes panales se saca también la cera, un apreciado elemento en aquella época pues se usaba, junto con los candiles de aceite, para el alumbrado en viviendas y para el culto y ceremonias en la iglesia.

Es decir, que las colmenas suponían una actividad muy importante para nuestros antepasados pues de ellas obtenían miel sobre todo para el consumo familiar y en ocasiones para la venta y también para el “trueque”, que era habitual en tiempos pretéritos; y, además, se obtenía, como se ha dicho, la necesaria cera que, además, era muy demandada por la ciudad de Toledo en aquellos siglos.

Por otro lado, hay que reseñar también que los habitantes de la zona, y entre ellos los apicultores, fundaron la denomina “Hermandad Vieja, entre 1220 y 1245, compuesta por leñadores, colmeneros y ballesteros para defenderse de los bandoleros y malhechores que actuaban al amparo de la difícil orografía del terreno”.

PARAJES, REJALES Y “POSÁS”

Un grupo de amigos vivimos una interesante “jornada colmenera” para rememorar la tradición apícola de Fontanarejo. En nuestro término municipal aún son visibles restos de viejas “posás” y también existe un paraje que se denomina “Morro del enjambraero”, lindando con el término se Alcoba.

Con el interés de conocer algunos de los sitios y apiarios donde se instalaban antaño los corchos, el grupo hicimos una ruta muy interesante pues tuvimos la oportunidad de conocer dos históricos asentamientos de colmenas denominados “posás”. En este caso pateamos, guiados por nuestros paisanos Ángel Alcaide Espinosa, “Posaesquiná” y “Posarrionda”, donde aún quedan restos visibles de los viejos recintos construidos en piedra a modo de corral, a veces redondo, para albergar y resguardar las colmenas de los depredadores, sobre todo de los osos que había en los montes siglos atrás.

Decir, por otro lado, que Ángel nos proporcionó un listado de paisanos nuestros que tuvieron colmenas desde el año 1946, así como los parajes más habituales para los asentamientos que, además de las ya referidas “posás”, son estos: Garganta de Los Nogales, Los Poyales, Vallehornillo, Las Laborcillas, Raso Martín, Barranco de Navalpino, Morro de los Arroyuelos, La Muñana, El Nucarejo, Las Pedrizuelas, El Guindalejo (Posaesquiná), Los Pantanillos, Barritote, Los Pinos, Las Pedrizuelas, El Puerto, El Zauceral, Cenicientos, Valdeja, Era de Navalpino, Los Pozos, El Tejar, La Volandera, La Graja, La Hontanilla, El Chozón, Riscos Blancos, Valdeja, El Jarraiz, Morro de la Centinela, La Pedriza del Fraile, La Viña, La Madroña, La Cerca Serrana, El Puerto, La Dehesa y Las Camachas.

CORCHOS Y BIROS

Otras de las tareas que se realizaban con intensidad y esmero era la elaboración de las colmenas con la corcha que se sacaba de los alcornoques. La extracción de esta corteza vegetal solía hacerse cada 7 años y se llevaba a cabo durante los meses de agosto y septiembre.

Los corchos, según nos narró Ángel, se solían elaborar/montar en el corral de la tía Salustiana, ubicado en la calle de la Iglesia que antiguamente se denominaba el “Rellano”. Cuenta nuestro informante que era frecuente ver a los colmeneros en la tarea de preparar los peculiares recipientes cilíndricos a base de cocer la corcha en un bidón. “Lo hacían en días malos de lluvia cuando no salían a otras tareas al campo. Allí se daban cita,-comenta Ángel-, y yo recuerdo que hervían la corcha en un bidón colocado en unas trébedes en una gran lumbre alimentada con jarones secos. Cuando ya tenían una pieza del corcho bien cocida, la curvaban con unas cuerdas e inmediatamente sacaban la otra parte y, tras hacerla también la gracia encorvada, recortaban las aristas con una navaja pues la corcha se corta muy bien cuando está caliente, y unían ambas piezas con biros hechos de jara, a los que se sacaba punta con una azuela”, explica Ángel. Decir que la Real Academia de la Lengua Española define la palabra biro como “clavo de jara”.

¿Se imaginan el ajetreo que habría en el voladizo de aquel corral en jornadas y ratos tan “colmeneros”? Hablamos sin duda de una singular tarea, ya en desuso, que daría un ambiente muy peculiar al casco urbano de Fontanarejo donde, por otro lado, estaban funcionaban a tope las fraguas para aguzar las rejas, los  potros para errar los animales, los gañanes con sus yuntas camino de las besanas etc. A todo ello hay que sumar la salida, puntual cada mañana, de los atajos comunales del vaquero, cabrero, yegüero y porquero que daban un toque rural y costumbrista a las calles de nuestro pueblo. !Qué tiempos, qué actividad y qué oficios!.

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“ZAMBOMBA, ZAMBOMBA; CARRIZO, CARRIZO”…

27 12 2018

LA PECULIAR ZAMBOMBA, ELABORADA ARTESANALMENTE CON LA PIEL SECA DE LA VEJIGA DEL CERDO TRAS LA TRADICIONAL MATANZA, ERA ANTAÑO EL ACOMPAÑAMIENTO SONORO PARA PEDIR EL AGUINALDO POR LAS CASAS DE NUESTRO PUEBLO

 

Estaba deseando que llegara la época de la tradicional matanza del cerdo, que solía coincidir con el final del otoño -(11 de noviembre festividad de san Martín)-, y el principio del invierno. La muchachada de Fontanarejo esperaba expectante el acontecimiento por dos motivos fundamentales: esa jornada no se solía asistir a la escuela y, además, l@s muchach@s se divertían de lo lindo con un ritual festivo-matancero que consistía por un lado en hacer migas en el paraje de “Las Tres Escalerillas” con la “pajarilla” y el testuz del guarro; y por otro en columpiarse en “el mecedor”, un rústico columpio que se preparaba con una soga colgando y atada a la rama de un chaparro u olivo. Eran, sin duda, otros tiempos inolvidables que aún perduran en el recuerdo de varias generaciones.

Y si, además, de tan celebrada y espera jornada matancera se obtenía la materia prima- (la piel de la vejiga del cerdo) -para elaborar la peculiar y tradicional zambomba, comprenderán que la “chiquillada” estaba contenta y feliz ante un acontecimiento tan atractivo como deslumbrante para un mundo infantil que, por aquél entonces, no conocía la televisión; y menos aún todo el mundo cibernético y digital posterior.

Hay que reseñar, por otro lado, que en algunos pueblos monteños de la zona también se hacían zambombas con piel de conejo tensada sobre un corcho, como se aprecia en la foto que acompaña este texto, facilitada por un amigo de Horcajo de Los Montes. La otra foto de zambombas que aparecen aquí me las han proporcionado unos amigos de Fernán Núñez (Córdoba).

Una letrilla de un villancico ya lejano reflejaba cómo el hato de los pastores y gañanes era, en tiempos pretéritos y de escasez, bastante parco: “Zambomba, zambomba; carrizo, carrizo/ los hombres del campo no comen chorizo/ que comen patatas y pimientos fritos”.

Volviendo al costumbrismo local de antaño, decir que el día de la matanza del gorrino era, tiempo atrás y como he referido, una jornada muy señalada en el calendario lúdico-gastronómico local. Hay un dicho que describe esa fecha como muy pantagruélica en el yantar: “Tres días hay en el año que se llena bien la panza: Jueves Santo, Viernes Santo  y el día de la matanza”. Cabe recordar que en la Semana Santa de antaño en nuestro pueblo se disfrutaba de una rica gastronomía a base de potaje con “pelluelas” y collejas, tortilla de espárragos silvestres, escabeche, arroz con leche, canutillos, rosquillas, “sapillos” etc.

ELABORACIÓN ARTESANAL DE LA ZAMBOMBA

En medio de tanto ajetreo matancero en el que se empleaba a fondo toda la familia y que se traducía en lavar las tripas del cochino, condimentar el “morondongo” y la “moraga”, embutir  las morcillas, los chorizos, despiezar los jamones, los tocinos, los lomos etc.….había siempre un momento importante que consistía en apartar la vejiga del cerdo para elaborar la tradicional zambomba. La citada casquería marrana se solía someter a un proceso de estezado sobre alguna madera o puerta y, a continuación, se inflaba soplando y dejándola orear unos días. Después se colocaba la piel, ya bien seca, atándola tensa con un bramante sobre la boca de un cántaro o puchero roto o en desuso y se le instalaba una paja en el centro, que en nuestro pueblo era habitualmente de centeno. ¡Y ya estaba lista para hacer sonar la ruidosa y ronca pieza!.

La artesanal  zambomba, junto con alguna pandereta, eran los instrumentos de acompañamiento que se utilizaban a la hora de acompañar los tradicionales villancicos que se cantaban por las casas cada día 24 de diciembre al anochecer. Se trataba de un curioso ritual protagonizado por bulliciosos grupos de muchach@s que se presentaban a la puerta de las casas y, tras golpear con el llamador, gritaban un contundente:”¿Se canta , o se reza?”. Tras recibir el consiguiente permiso de acceso, la cuadrilla entraba hasta la cocina y cantaban unos tradicionales villancicos acompañados por el inconfundible, ronco, monótono y fuerte sonido de las zambombas. Así comenzaba el cántico navideño”Tengan ustedes buenas noches/ Señor@s y señoritas/ Que una noche como esta/ Se reciben las visitas”.

Por otro lado, y si se había registrado algún óbito reciente en la familia, entonces se solía pronunciar un solemne “cuanto lo sentimos” y se rezaba un Padrenuestro y un Avemaría.

Tras el emotivo ritual, en forma de cántico o de rezo, se les solía obsequiar al grupo infantil con algún presente a modo de aguinaldo. En tiempos pretéritos y de escasez  incluso cuentan los más mayores que se les daba un puñado de castañas, nueces o bellotas. De aquí seguramente nacería esta letrilla de un villancico que se cantaba entonces: “No quiero bellotas rotas/ Ni castañas con “ventanas”/ Quiero lomo y longaniza/ Para almorzar por la mañana”. Después llegaron los presentes más gastronómicos dándoles mantecados, embutidos, lomo etc.. Y  ya más tarde recibían dinero como aguinaldo…. alguna peseta o “duro”.

Otra tradición fontanarejeña, marcaba que la jornada siguiente, el Día de Navidad, las cuadrillas que había pedido el aguinaldo por las casas la noche anterior, se juntaba en la vivienda de alguno de los componentes para comer unas migas, un arroz con pollo o lo que surgiera.

Sirva este texto con recuerdos del antaño más fontanarejeño para felicitar las Fiestas Navideñas y desear un venturoso y próspero año nuevo 2019, que está a punto de entrar.

J. Muñoz

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“NO QUIERO BELLOTAS ROTAS NI CASTAÑAS CON VENTANAS”…

24 12 2017

LOS MUCHACHOS DE FONTANAREJO PROTAGONIZABAN ANTAÑO, CADA 24 DE DICIEMBRE AL ANOCHECER, UN TRADICIONAL RECORRIDO POR LAS CASAS DEL PUEBLO  CANTANDO SINGULARES VILLANCICOS Y PIDIENDO EL AGUINALDO

 

Justo Muñoz Fernández

 

Ocurría cada Nochebuena al atardecer, entre dos luces. Los chavales de Fontanarejo protagonizaban antaño un bullicioso ritual festivo que tenía como recorrido las calles del casco urbano y como escenario las cocinas de las viviendas de nuestro pueblo. Los muchachos, provistos sobre todo de artesanales zambombas y alguna pandereta, se organizaban en grupos para ir pidiendo el aguinaldo por las casas cada 24 de diciembre al anochecer. Llamaban a la puerta de las viviendas al grito de «¿Se canta o se reza?». Tras escuchar la respuesta de los moradores de la casa, que solía ser un también sonoro …!adelante!, los zagales llegaban hasta la cocina y, formando un corro al rescoldo de la lumbre, o rezaban un solemne Padrenuestro si se había registrado algún óbito reciente en la familia o cantaban un singular villancico. En otros casos salía a la puerta algún miembro de la familia y les daba el aguinaldo sin que cantaran ni rezaran.

Si, una vez en el interior, se les daba licencia para cantar, que era lo más frecuente, el villancico más tradicional decía, a modo de presentación, lo siguiente:

«Tengan “ustés” buenas noches, señores y señoritas/ que una noche como esta se reciben las visitas./Ya hemos “dao” las buenas noches y “ustés” las habrán oído/ ahora vamos a cantar el nacimiento del Niño. /Aquí nació el Niño, en este pesebre/ entre pajas lleno y nada de verde».

A continuación se entonaba una letrilla muy singular refiriéndose por sus  nombres al matrimonio de la casa, que decía así: «¿Quién es ese caballero?, que en la silla está sentado/ si será el señor (nombre del marido), Dios le guarde muchos años. /No lo digo por su hacienda, ni por lo que me ha de dar/ es la señora (nombre de la esposa), que es la flor de este lugar./Señora (nombre de la esposa), no se enfade usted, que estas son coplillas que van para usted”.

Acabado este cántico se hacía un llamamiento al denominado «mochilero», que era un miembro del grupo que se quedaba en la puerta o en el portal de la casa esperando la llamada para entrar en acción. Y se le citaba en estos términos: «!Entra, entra mochilero/ con la mochila en la mano/ que te den el aguinaldo, que nosotros ya nos vamos». Ese era el momento en el que se les daba el aguinaldo a los muchachos. Aguinaldo que solía ser o unos embutidos de la reciente matanza casera del cerdo o unos mantecados o incluso, en tiempo más duros, un puñado de castañas o de bellotas. Como crítica hacia este último «agasajo» surgió otra simpática letrilla que señalaba lo siguiente:….«! No quiero bellotas rotas/ ni castañas con «ventanas»/ quiero lomo y longaniza/, para almorzar por la mañana»!

O este otro que decía, en plan positivo:“Cuchillito nuevo veo relucir/ lomo y longaniza nos van a partir”.

Con los aguinaldos recogidos por el mochilero de la cuadrilla, los chavales solían hacer una comida o se lo repartían a partes iguales.

Otro de los villancicos, con un claro mensaje solidario, que se solía cantar en Fontanarejo en aquélla recordada Nochebuena de nuestro pueblo era el siguiente:

«!Madre!, en la puerta hay un niño/ mas hermoso que el sol bello/ yo digo que tiene frío por que viene medio en cueros/. Pues dile que entre, se calentará/ porque en este Mundo ya no hay caridad”. 

Vayan, por último, estas dos letrillas de sendos cánticos navideños que también se entonaban antaño en nuestro pueblo:

“María les fue a pedir/ limosna a unos ganaderos/ y le dieron cuatro panes y la mitad de un cordero/, y San José dijo gran limosna es esta / vámonos María a poner la mesa”.

“Zambomba, zambomba, carrizo carrizo/los hombres del campo no comen chorizo/ que comen patatas y pimientos fritos”.

Sirva este recuerdo de una de las tradiciones en la Nochebuena de antaño en  Fontanarejo para felicitar desde este blog las Fiestas Navideñas 2017 y desear un venturoso año nuevo 2018, que está a punto de entrar.

 

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UN TIEMPO PRETÉRITO CUANDO EL GANADO CRUZABA POR EL PORTAL DE LAS CASAS DE FONTANAREJO PARA LLEGAR HASTA EL CORRAL

14 12 2017

VACAS, CABRAS, CERDOS, YEGUAS ETC. PASABAN POR EN MEDIO DE LAS VIVIENDAS CAMINO DE LAS TENADAS, LAS ZAHÚRDAS, EL ESTABLO O LOS PESEBRES

Justo Muñoz Fernández

La escena se repetía, jornada tras jornada, en la mayoría de las casas de Fontanarejo. Y sucedía, sobre todo, por la mañana y en los atardeceres. A esas horas vacas, cabras, cerdos,  asnos, yeguas etc. regresaban o salían al campo y, para llegar hasta las tenadas, las pesebreras, las zahúrdas, los corrales o la calle, cruzaban por en medio de la vivienda que era, casi siempre, el portal de la casa. Semejante trasiego ganadero estaba ya tan asumido e interiorizado por los moradores, y también tan repetido por los propios animales, que apenas acarreaba excesivos trastornos.

Lo malo, y lo más impertinente, era cuando alguno de los animales se cagaba en mitad del portal, que frecuentemente estaba empedrado, sobre todo las vacas y más aún cuando comían verde en primavera. Pero, en fin, ese era un riesgo que había que asumir y, cuando sucedía el inesperado “incidente”, enseguida se tiraba de escoba, de bayeta y, años después, de fregona para dejarlo todo como los chorros del oro.

Hay muchas anécdotas relacionadas con ese costumbrismo del paso animalista por las viviendas. Vaya una como muestra: El escenario fue uno de los bares que había en Fontanarejo. En uno de ellos estaba el médico del pueblo en la barra tomando unos “chatos” con otro colega. Ambos daban la espalda a la zona por donde pasaba el ganado y, al girarse, se toparon con una enorme vaca de yunta que, pacíficamente, cruzaba buscando el establo y los pesebres. Los dos galenos se dieron un buen susto pues ambos, además de ser “urbanícolas”, jamás habían visto una vaca tan grande ni, sobre todo, tan cerca. Uno de  los protagonistas de esta simpática anécdota me contaba hace poco, con mucho gracejo y recordando con afecto aquéllos inolvidables tiempos, que hasta  estuvo a punto de subirse en la barra del bar para intentar protegerse del astado. Todo quedó en un susto y ambos siguieron tomando unos vinos, ya más tranquilos, al ver que el animal ni se inmutaba, ni les miraba y proseguía tranquilamente su recorrido camino del pesebre.

Los atajos de ganado comunales, como era el vaquero, porquero, cabrero y yegüero, marcaban los atardeceres y los amaneceres de antaño en Fontanarejo con decenas de animales por las calles del casco urbano buscando sus respectivos corrales. Todo un ritual ganadero-costumbrista del que ya, apenas, quedan resquicios en las viviendas de nuestro pueblo. Un tiempo pasado que muchos mantenemos fresco en la memoria cada vez que damos cuerda al recuerdo de nuestro ayer más reciente y querido.

ANIMALES DE CORRAL

Y es que, en aquellos tiempos pretéritos, era frecuente además que en las casas hubiera gatos, para mantener a raya a las ratas; perros para la caza o para el ganado y, a veces, hasta un perdigón o perdiz para cazar al reclamo. Ya en el corral, el catálogo animalista podía ser abundante con gallinas, conejos, palomos y, en ocasiones, hasta, algunos patos o pavos.

También era normal y frecuente, que los niños,  alimentáramos y diéramos de comer alguna cría de tórtola, perdiz, paloma, liebre, codorniz, urraca etc. que nos habían traído nuestros padres del campo. Eran, sin duda, otros tiempos en los que estaba muy asumido el tener animales domésticos o de labranza en las dependencias de la casa: en el corral, la tenada, la cámara, la zahúrda, el pajar, el establo… y hasta en la misma cocina donde ardía la lumbre rodeada de pucheros y también se guisaba. Aquí, al rescoldo de las brasas, se podía ver antaño al gato o incluso algún perdigón/perdiz instalado en su jaulero de madera, que solía estar colgado de la pared y en lugar preferente. ¡Qué ambiente tan entrañable, recordado y ya desaparecido!

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UN INTENSO CHAPARRÓN REGISTRADO EL PASADO 28 DE AGOSTO HIZO RECORDAR LA TREMENDA NUBE QUE, EN ESA MISMA FECHA DEL AÑO 1952, SACUDIÓ FONTANAREJO

8 09 2017

SE CUMPLÍAN 65 AÑOS DE LA FUERTE TORMENTA, ACOMPAÑADA DE VENDAVAL Y PEDRISCO, QUE VOLCÓ CARROS, ROMPIÓ TEJAS, MATÓ AVES, DESTROZÓ HUERTOS Y DAÑÓ OLIVOS

El pasado 28 de agosto amaneció en Fontanarejo con un cielo cerrado que amenazaba lluvia. El chaparrón que cayó a primera hora de la mañana, y el posterior “champlazo” que descargó pasado el medio día, hizo que los fontanarejeños recordaran con más intensidad la estremecedora nube del 28 de agosto del año 1952. Se cumplían 65 años de aquella fecha en la que el miedo y el desconcierto cundió entre el vecindario. La coincidencia de otro fenómeno meteorológico aparatoso en un día tan señalado activó sin duda el recuerdo, sobre todo entre los más mayores, de aquella desconcertante jornada del año 1952 que entre el vecindario se conoce ya como “la nube del 28 de agosto”.

El intenso chaparrón caído hace unos días en nuestro pueblo, que coincidía con la recordada fecha de antaño, hizo correr abundante agua por las calles, regueros y cunetas pero, afortunadamente, no hubo que lamentar daños personales ni materiales, como sí ocurrió antaño. En esta ocasión, según cuentan algunos paisanos, el agua vino bien para la tierra, para el monte y para el arbolado tras un largo periodo de sequía.

Como ya se escribió en este blog tiempo atrás, un 28 de agosto de hace 65 años “un fuerte aguacero, que duró apenas quince minutos, irrumpió acompañado de un virulento pedrisco y de un fuerte viento que arrastró carros cargados de mies, volcó aventadoras/limpiadoras, levantó tejas, mató cientos de aves, destrozó olivos, arrasó huertas, machacó melonares y dañó considerablemente el arbolado y el monte autóctono allá por donde pasó. Un vecino del pueblo, Trinidad Pavón Fernández, quedó atrapado debajo de un carro cargado de haces de trigo y pudo ser rescatado cuando estaba casi asfixiado. Fontanarejeños que vivieron tan fatídica jornada aún recuerdan la renombrada nube del 28 de agosto como “lo nunca visto”. Una inscripción, grabada a mano en uno de los históricos corrales de ganado del municipio recuerda la aciaga fecha:” 28.8.1952”.

El diario LANZA de Ciudad Real recogió un reportaje publicado hace ahora 6 años y que se adjunta con estas líneas, en el que algunos paisanos nuestros narraron sus vivencias en tan sobrecogedora fecha. Contaron, entre otras cosas, que “el día ennegreció de tal manera que se hizo como de noche. Y, de repente, cayó una tromba de agua y pedrisco como nunca se había registrado en el lugar. Con tal fuerza y magnitud arreció la tromba y, sobre todo, el granizo que muchos troncos de olivos quedaron dañados durante aquéllos interminables y angustiosos minutos. Lo nunca visto”.

J. Muñoz

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EL SONIDO SECO DE LA CARRACA MARCABA ANTAÑO EL VIERNES SANTO EN FONTANAREJO

13 04 2017

TIEMPO ATRÁS LOS MONAGUILLOS SOLÍAN TOCAR TAN PECULIAR ARTILUGIO DE MADERA. LOS MÁS MAYORES E INCLUSO LOS MOZOS TAMBIÉN HACÍAN SONAR “LA MATRÁCULA” EN LA SEMANA SANTA DE NUESTRO PUEBLO

El sonido inconfundible de la carraca marcaba antaño la tarde del Viernes Santo en Fontanarejo, como en otros pueblos de la comarca y de la provincia. Las campanas de la iglesia “enmudecían” durante esa jornada central de la Semana Santa en la que la protagonista era la singular carraca para anunciar el momento de la celebración de los actos litúrgicos.

Los encargados de hacer sonar tan peculiar artilugio de madera solían ser los monaguillos que, años atrás, recorrían las calles girando la tradicional carraca, que ya no se toca desde hace tiempo en nuestro pueblo.

Uno de los monaguillos que en los años cincuenta manejaron la carraca en Fontanarejo explicó a LANZA como recorrían el casco urbano en la tarde del Viernes Santo mientras  iban gritando un lacónico y repetitivo ..!!”A los oficios”!!, haciendo sonar el curioso sistema de madera en el que los dientes de una rueda producen un ruido muy seco al rozar con las lengüetas. “Recuerdo que los muchachos nos juntábamos con gran entusiasmo e íbamos todos en grupo y muy pendientes del relevo y de que te llegara el turno de coger la carraca para girarla con energía”, señala este fontarejeño, ahora jubilado, que recuerda con especial énfasis aquéllos recorridos tan sonoros.

Otro monaguillo de aquellos años significó que también se tocaba la carraca dentro de la iglesia, en lugar de la campanilla, en un momento de la celebración de los Oficios del Viernes Santo y para llamar a la Vigilia Pascual del Sábado Santo.

MATRACAS

Según algunos testimonios recogidos entre paisanos nuestros que ya saltan de los setenta años de edad, antes de la carraca, y quizá a veces al unísono, se tocaba en la Semana Santa de Fontanarejo una matraca, que los lugareños llamábamos “matrácula”. Se trataba de un característico artilugio compuesto por un tablón y unas aldabas móviles que provocaban un ruido estruendoso al golpear sobre la madera. “La matrácula la solían tocar los más mayores, y muchas veces hasta los mozos del pueblo, pues costaba bastante elevarla y girar con una sola mano la tabla para que golpearan contra la madera una especie de asas de acero que llevaba”, detalló uno de los monaguillos de aquél entonces.

Por otro lado, reseñar que en algunas iglesias e incluso catedrales de España hubo instaladas, siglos atrás, grandes matracas de campanario que se escuchaban sobre todo en el Viernes Santo y en la Vigilia Pascual del Sábado Santo. Una de las más enormes estuvo instalada en la torre de la catedral primada de Toledo. La histórica carraca, construida en 1680, volvió a sonar el pasado año para anunciar los oficios del Viernes Santo, después de estar un siglo en desuso y “muda”. Aseguran quienes escucharon este sonoro “reestreno” de la espectacular carraca toledana que se oyó en buena parte de la ciudad del Tajo.

CARRACAS RECUPERADAS

Hay algunos pueblos que sí han recuperado o incluso no han perdido la tradición de tocar la típica carraca el Viernes Santo y las fotos que ilustran este reportaje están tomadas en uno de ellos: Fuentenebro (Burgos), que es el pueblo de mi esposa. Fue el pasado año, sin ir más lejos, cuando un grupo de jóvenes iban tocando sendas carracas a eso de las cinco de la tarde del Viernes Santo en el citado municipio burgalés, ubicado en plena Ribera del Duero. La nutrida cuadrilla juvenil gritaba…!”A los Oficios, a los Oficios”!, mientras hacían girar con mucho ímpetu el singular mecanismo de madera. Recuperaban, sin duda, un “leguaje” sonoro que en la Semana Santa de antaño comunicaba las horas para la celebración de los actos litúrgicos.

Justo Muñoz

Carracas y matracas
Pica en la foto y verás todo el álbum





MIGAS DE ERA, TRILLA Y GALBANA EN MADRID CON UN CALOR SOFOCANTE, SIMILAR AL QUE HACÍA ANTAÑO EN LAS ERAS DE FONTANAREJO

20 07 2016

JOSÉ CASTILLO FERRERA, ASISTE COMO INVITADO A LA TERTULIA “MIGUERA, FIRMÓ EN EL LIBRO DE HONOR Y RECIBIÓ UN PERGAMINO Y EL PAÑUELO VERDE SÍMBOLO DE “LAS LUMINARIAS”

 

La climatología se sumó al guión y ese día hizo un calor sofocante en Madrid. Tan alta temperatura incluso vino bien para rememorar las migas de trilla que, en pleno verano y con calores similares, se comían antaño para almorzar en las eras de Fontanarejo. Al encuentro gastronómico y a la posterior “tertulia  miguera” asistió nuestro paisano José Castillo Ferrera, con quien hablamos de vivencias, recuerdos y experiencias tanto en nuestro pueblo, donde también fue “trillaor”, como en Mallorca y Madrid, los lugares donde posteriormente trabajó hasta su jubilación .

Nos “apretamos” unas riquísimas migas de era, trilla y galbana (“garbana” decíamos en Fontanarejo),  que nos preparó Carlos en su mesón, “El Rincón de Sancho”, en el centro de Madrid muy cerca de la Plaza de España. Unas riquísimas migas salpicadas con abundantes “tropezones”…. Pimientos “chorruznos” y verdes, boquerones, bacalao, chorizo, panceta , uvas, arrope y leche final para las migas “canas”.

Todos los que nos sentamos a la mesa fuimos en su día “trillaores” en las eras de Fontanarejo y buena parte de la tertulia sirvió para recordar aquellos interminables días que pasábamos encima de la trilla o ayudando en otras tareas de la era como volver la parva, amontonar, emparvar o limpiar.

José Castillo refirió numerosas anécdotas vividas a pie de parva y también en las besanas de nuestro pueblo arando con la yunta. Con 18 años se marchó a Palma de Mallorca, donde trabajó durante 7 años, y finalmente vino a Madrid donde ahora vive. A lo largo de este dilatado tiempo y hasta su jubilación, nuestro paisano ha vivido numerosas experiencias laborales que van desde un breve periodo en la construcción nada más emigrar a Mallorca, pasando por la cocina de hostelería, hasta repartir butano. Posteriormente, y ya en Madrid, trabajó en una empresa de artes gráficas, regentó un bar, fue empleado en una fundición y finalmente estuvo 22 años como celador hospitalario.

También dedicamos un tiempo de la sobremesa para ver fotos retrospectivas de las tareas de verano en Fontanarejo que se iniciaban con la siega y concluían encerrando la paja. Vimos también imágenes de las Fiestas de Agosto de antaño con la entrañable verbena, los toros en la plaza de carros etc. y también fotos de los días en los que tocaba ir a bañarse en el charco de la Olla, de la Losa o en Guadiana, y que suponían unas jornadas de gran disfrute y asueto después del duro estío.

Al final de la interesante conversación, en la que José Castillo tuvo un recuerdo especial  para los maestros D. Miguel y D. Antonio por lo que le habían enseñado, nuestro paisano firmó en el libro de honor de la “Tertulia las Migas”, recibió un pergamino con la historia de Fontanarejo y el pañuelo verde , distintivo de las singulares “Luminarias”.

Finalizamos el encuentro “miguero” pasadas las seis de la tarde, comentando que era “la hora del gazpacho”, pues sobre esa hora llegaba el momento de hacer una parada en la era para comer un refrescante gazpacho que se tomaba a diario, como ocurría con las migas para almorzar o el cocido para comer al medio día. Sin duda una gastronomía tan modesta como potente.

Hartos de migas, fuimos dando un paseo por la Gran Vía para “bajar” un poco los “tropezones” en plena digestión…y aquí surgió la anécdota pues nos abordaron, en al menos dos ocasiones, ofreciéndonos folletos de recintos culinarios… ¡para que entráramos a cenar!. Desconocían, sin duda, cómo llevábamos la andorga. Pasamos después por Callao y terminamos en la céntrica Puerta del Sol con un calor y un bochorno que sirvió, ya en la despedida, para dar de nuevo cuerda al recuerdo de un tiempo pasado cuando fuimos todos “trillaores” en las eras de nuestro pueblo. ¡Qué galbana!.

Justo Muñoz

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“NEVADA JAREÑA” EN MONTES, SIERRAS, COLLADOS Y MORRAS DE FONTANAREJO

2 06 2016

LA HUMILDE JARA, ADEMÁS DE LUCIR UNA PECULIAR FLORACIÓN PRIMAVERAL, HA SIDO UTILIZADA A LO LARGO DEL TIEMPO EN NUESTRO PUEBLO COMO COMBUSTIBLE EN LUMBRES Y HORNOS, PARA OBTENER EL “TILLO» DE LAS TECHUMBRES, COMO ELEMENTO PRIMORDIAL EN LAS BARDAS DE LOS CORRALES Y PARA ELABORAR LOS BIROS DE LAS COLMENAS DE CORCHA

 

Las jaras, con sus inconfundibles hojas blancas cuando están en plena floración, cubren rincones del término municipal fontanarejeño con una “nevada” muy peculiar. Los tupidos jarales lucen unos atractivos paisajes canos sobre todo en las sierras, lomas, collados y morros que presentan un manto nacarado en muchos de sus parajes, que es especialmente intenso tras los amaneceres.

La jara es un arbusto muy abundante en zonas del centro y mediodía de España en las que, en plena primavera, podemos encontrar una espectacular floración de los delicados pétalos, muchas veces arrugados, que forman una impresionante panorámica blanquecina.

El hecho de que la jara ofrezca un espectáculo visual con sus grandes flores pedunculadas de corola blancuzca y, en alguna especie, con una mancha rojiza en la base de cada uno de sus cinco pétalos, hace que, en ocasiones, sea también motivo de inspiración plástica para pintores, fotógrafos, escritores etc. Tal es el caso, por poner un par de ejemplos ejemplos, del  poema de José Agustín Goytisolo titulado “La flor de la jara” o de nuestra paisana  Eloisa Fernández Romero que pintó, años atrás, un interesante cuadro, con la jara florida en primer término y el casco urbano de nuestro pueblo al fondo, que reproducimos, junto con varias fotos, en este blog.

Por otro lado la humilde jara, además de dar una especial intensidad paisajística nívea a muchos lugares de nuestro pueblo, ha sido, a lo largo del tiempo, muy utilizada por los fontanarejeños. Hablamos de usos que van desde la pura combustión para “alimentar” lumbres y hornos, hasta los que tienen que ver con la construcción de viviendas, corrales y cocheras. La apreciada jara servía, por ejemplo, para hacer el denominado “tillo” que se colocaba en las techumbres de las viviendas para aislar las vigas de las tejas, también se utilizaba como barda para cubrir las tapias y paredes de los corrales de cabras y ovejas. En otras ocasiones fue usada para levantar corrales de monte, chozos, majadas etc por pastores y cabreros  paisanos nuestros.

De las ramas muy secas de tan copioso arbusto se hacen además los biros, que la Real Academia Española (RAE) define como “clavos de jara” y que se utilizaron mucho, sobre todo tiempo atrás, por colmeneros y apicultores del pueblo  como afilados palos para “coser” las tradicionales colmenas de corcho. Las abejas también frecuentan las flores de jara de la que, al parecer, se obtiene una miel muy buena tanto en calidad como en sabor.

Además algunos ganaderos de nuestro pueblo comentan que el fruto o cápsula de la jara, que ellos denominan “ripio” o “trompo”, se lo comen muy bien algunos rumiantes como cabras, ovejas, corzos, etc. sobre todo en el otoño.

Un peculiar mundo natural “jareño” que va desde los paisajes más autóctonos, pasando por el multiuso más secular y práctico, hasta el alimento para algunos animales.

Por último señalar que la jara produce, sobre todo en los meses de agosto septiembre, el denominado ládano, que es un producto resinoso que fluye de las hojas y ramas y que en nuestro pueblo llamamos “mánguila”.

Justo Muñoz

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EL DIARIO LANZA DE CIUDAD REAL SE HACE ECO DE LA ANTIGUA CAMPANA DEL TIN-TI-RULAO”

30 01 2016

El periódico LANZA publicó el pasado lunes día 25 un artículo, escrito por nuestro paisano Justo Muñoz, titulado “El potente eco de la campana del tin-ti-rulao en Fontanarejo”. Reproducimos el citado artículo así como la página de LANZA.

 

En muchos pueblos, sobre todo en los más cerealistas y ganaderos, había vecinos que, tiempo atrás, se congregaban ante la presencia de amenazantes nubarrones con el fin de realizar un conjuro o bien tocar las campanas con un tañido que, en algunos lugares, se denominaba “tente nublo”. Hay algunos municipios, como Cozuelos de Ojeda en Palencia o Poza de la Sal en Burgos, que han conservado los restos de los denominados conjuraderos como muestra de un singular patrimonio y de un peculiar testimonio del ayer. Se trataba casi siempre de arcos, torres o pórticos abiertos a los cuatro vientos dentro de los cascos urbanos, y a veces, cercanos o junto a la iglesia.
En mi pueblo, Fontanarejo, cuentan los más viejos del lugar que antaño también se tocaba una campana, que estuvo ubicada en la torre de la iglesia, con la expectativa de “despejar” el cielo cuando se tapaba cargado y amenazador. Aseguran, y algunos con cierta emoción, quienes escucharon aquellos peculiares tañidos bajo una bóveda celeste con pinta de estar cargada de pedrisco, que el sacristán hacía “hablar” la sonora campana repicando un inconfundible toque, que se escuchaba desde muy lejos, y que los vecinos traducían en un esperanzador… «tin-ti-ru-lao, que se vaya la nube por otro “lao”». Un potente eco que ha llegado hasta nuestros días merced a una transmisión oral puntualmente narrada por nuestros antepasados, muchas veces al rescoldo de la lumbre, cuando nos hablaban de la recordada y desaparecida campana del “tin-ti-rulao”, de la que contaban y no acababan refiriéndose a momentos pasados en los que los fontanarejeños acudieron a tan singular “cobijo sonoro” ante una inquietante intemperie.
Y es que las campanas, a lo largo del tiempo, han sido un gran medio de comunicación para los feligreses y para la población en general. Su repique, su volteo o su doblar avisaban desde los rezos o actos litúrgicos para los parroquianos, hasta la alerta por algún peligro y, también antaño, para hacer llegar mensajes diversos al vecindario, como el inicio o el final de algunas tareas agrícolas. En algunos municipios pequeños de la Ribera del Duero, como Fuentenebro, el toque de un peculiar «campanillo», que aún conservan como recuerdo de un patrimonio ya en desuso, fijaba la hora de salir al tajo durante la época de vendimia. Y, según cuentan, se respetaba a rajatabla tan peculiar «tañido laboral».
He contado en más de una ocasión que asistí hace unos años a un encuentro de antiguos campaneros, un peculiar oficio que tuvo mucho eco en tiempos pretéritos. Y me chocó mucho no solo la gran destreza con la que las hacían sonar, sino el gran listado de toques, repiques y volteos que manejaban con gran sabiduría. Desde los sonidos más clásicos y religiosos cómo ánimas, clamor, ángelus, difuntos, vísperas, procesión, misa, rosario, etc; hasta aquellos que afectaban a la vida civil y colectiva como eran el toque a «concejo», a fuego, a «queda», nublo o el denominado «bien vas». Este último, también llamado «toque a perdido», se tañía en la Iberia profunda para orientar al vecino que se perdía en el monte en noches cerradas de niebla/temporal, y también para congregar a la gente para salir en su búsqueda. Tan ancestral sistema de comunicación evidenciaba por un lado la pericia y el buen oído del campanero de turno a la hora de saber comunicar las diversas circunstancias y, por otro, la seguridad de que los vecinos entendían, sin lugar a dudas, lo que se transmitía con cada sonido. Impresionante registro. El vecindario sabía, con absoluta precisión, si tocaban a difunto y si se trataba de una mujer, de un hombre o de un niño quien había fallecido; si la hora del ángelus, de vísperas, si era un “clamoreo” o si se trataba de un repique/alarma a fuego, arrebato o tempestad.
En aquel inolvidable encuentro de viejos campaneros adquirí un apreciado CD que recoge un buen catálogo de toques, religiosos y civiles, como el simpar “bien vas”, que escucho a veces cuando ando un poco perdido o me desoriento.
Justo Muñoz Fernández
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TIEMPOS DE BELLOTAS, PIARA Y PORQUERO EN EL FONTANAREJO DE ANTAÑO

3 01 2016

El fruto de los chaparros suponía, tiempo atrás, un alimento básico para engordar los cerdos de cara a la tradicional y ya desaparecida matanza casera que se hacía en la mayoría de las casas de nuestro pueblo.

 

Las bellotas fueron, en su día, un alimento muy importante a la hora de “engordar” los cerdos de cara a la tradicional y ya casi desaparecida matanza casera que se hacía antaño en Fontanarejo. Los cochinos se alimentaban, durante una buena parte del otoño-invierno, del fruto de las encinas que se les suministraban en los corrales de cada casa o bien de las bellotas que comían directamente en el campo. La piara de guarros salía cada mañana por los diversos parajes nuestro término municipal donde había muchísimos chaparros que ofrecían gran abundancia de comida en los meses finales del año. El encinar era un soporte fundamental y gratuito para alimentar a los cerdos.
El ritual se repetía a diario. El inconfundible “porquero” hacía sonar cada mañana una caracola avisando de que había llegado la hora de soltar los cochinos de la zahúrda para que salieran al campo. Y allí estaban los puercos todo el día, al aire libre, comiendo, entre otras cosas, muchas bellotas. El piarero, un oficio tradicional y presente en Fontanarejo hasta los años sesenta, se encargaba de vigilar durante toda la jornada a los animales y de llevar a los marranos por las zonas donde hubiera abundante comida y agua. La manada de gorrinos regresaba al atardecer y entraba en el casco urbano casi siempre a la carrera. Resultaba curioso ver cómo cada cerdo se dirigía con absoluta precisión hasta la casa de su dueño donde, si no estaba la puerta abierta, se encargaba de hociquearla para «avisar» de su presencia. La ruidosa piara de marranos entraba puntualmente cada tarde en el casco urbano e irrumpía la primera «inundando» las calles de animales, seguida de las yeguas, a continuación entraban las vacas y, finalmente, lo hacían las cabras. Precisa y preciosa secuencia lugareña que impregnaba los atardeceres de un auténtico sabor rural y de un singular costumbrismo ganadero.

«NO QUIERO BELLOTAS ROTAS»
Las bellotas protagonizaron también dichos y cantares populares en nuestro pueblo. Vaya este ejemplo de un cántico que se refería a las bellotas y que, a modo de villancico, se entonaba antaño en Fontanarejo cuando los chavales acudían hasta las casas de familiares y vecinos pidiendo el aguinaldo. La bulliciosa chiquillería hacía el recorrido cada 24 de diciembre al anochecer provista de zambombas artesanales y de panderetas. Llamaban a las puertas al grito de ..»¿Se canta o se reza?», y tras entrar a la cocina cantaban villancicos o, si se había registrado algún óbito reciente en la familia, rezaban un Padrenuestro o un Avemaría. Muchas veces tras entonar el cántico navideño, se le daba a la «chiquillada» un puñado de bellotas o de castañas. En otras ocasiones se les obsequiaba con unos mantecados y, a veces, con chorizos o un poco de lomo. Pocas veces, o casi nunca, recibían dinero porque, entre otras cosas, escaseaba. Decía así el añejo villancico, un tanto exigente….. “No quiero bellotas rotas/ ni castañas con ventanas/quiero lomo y longaniza/ para almorzar por la mañana”.
Eran, sin duda, tiempos pretéritos en los que las bellotas formaban parte de un ancestral costumbrismo campesino en Fontanarejo que ha ido desapareciendo con el paso del tiempo.

Justo Muñoz

 
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Un meteorito metálico de 100 kilos en Cabañeros

29 03 2013

Leído en:

http://www.elmundo.es/elmundo/2013/03/26/ciencia/1364294732.html

http://www.lanzadigital.com/sociedad/el_meteorito_que_cayo_en_cabanyeros-47068.html

http://www.publico.es/452823/un-meteorito-para-prensar-jamones

  • Se trata del cuarto meteorito metálico hallado en España y el 84 en el mundo
  • No hay testimonios que puedan dar pistas sobre cuándo cayó esta pesada roca
  • Los geólogos no pueden precisar su edad, sólo que tiene un máximo de 700.000 años

Teresa Guerrero | Madrid

Juan Carlos Gutiérrez Marco está acostumbrado a que los vecinos le pregunten si las rocas que han recogido en el campo son meteoritos y tienen algún valor. Gutiérrez, geólogo del Instituto de Geociencias de Madrid (un centro mixto del CSIC y de la Universidad Complutense), dirige un proyecto de investigación geológica en el Parque Nacional de Cabañeros y sus alrededores porque como él mismo explica, «la geología no entiende de límites administrativos».

En febrero de 2011 una vecina de Retuerta del Bullaque, un pueblo de la provincia de Ciudad Real, le habló de una extraña y pesada roca que su hermano Faustino había encontrado en los 80 y guardaba en su casa desde hace más de 20 años. La sorpresa fue mayúscula cuando Gutiérrez examinó este ejemplar «de extraordinaria densidad» y, junto con su colega del Instituto Geológico y Minero (IGME) y del Museo Geominero Rafael Lozano, confirmaron que la imponente roca de 100 kilogramos de peso se trataba de un meteorito.

Dos años después de aquella visita a la casa de Faustino, el objeto extraterrestre ha sido incluido en la base de datos mundial de la Meteoritical Society y los geólogos tienen ya listo el estudio de este meteorito metálico (un siderito), el cuarto de estas características que se encuentra en España. Si miramos a los archivos internacionales, en el mundo sólo se han encontrado 84 sideritos. En total, en nuestro país se ha confirmado la autenticidad de 29 meteoritos de diferentes tipos.

«Estos sideritos tienen una composición muy similar a la que se estima que tiene el núcleo terrestre», explica Gutiérrez a ELMUNDO.es. «Podría proceder del núcleo de un planetoide que estalló y quedó en el cinturón de asteroides. Al deshacerse, si un cometa choca que con esos fragmentos los lanza como si fuera un taco de billar», añade en conversación telefónica.

Según detalla el geólogo, el meteorito tiene unas medidas de 45x31x20 centímetros y forma de prisma rectangular. Su análisis ha revelado aleaciones complejas de hierro y níquel (taenita-kamacita) más carburo de ambos metales (cohenita), todos cristalizados a alta presión y temperatura. También se localizaron minerales raros como troilita y schreibersita.

Para poder analizar la roca en profundidad, el propietario accedió a que tomaran tres muestras, que se conservarán en el Museo Geominero situado en Madrid y se utilizarán como holotipo para garantizar que puedan ser estudiadas en el futuro. Antes de recoger estas piezas, Eleuterio Baeza realizó varios moldes del meteorito para conservar la forma y tamaño del original.

Rastreo de la zona

Los geólogos visitaron y rastrearon exhaustivamente la zona en la que se localizó la roca para comprobar si había otros meteoritos, pero no hallaron ningún otro. No existen testimonios que puedan dar pistas sobre la fecha en la que cayó la roca así que la estimación de su edad sólo puede hacerse por evidencias indirectas. Según sostiene Gutiérrez, la roca debió estar enterrada durante siglos y sólo pueden asegurar que tiene una edad máxima 700.000 años de antigüedad.

A partir del Jueves Santo una réplica del meteorito junto a las tres muestras que se tomaron del original serán expuestas el Museo Geominero de Madrid (Ríos Rosas 23), que permanecerá abierto durante la Semana Santa, de 9 a 14 h (entrada gratuita). Los hermanos Asensio López por su parte, presumirán de su roca extraterrestre durante la Semana Santa en su bar de Retuerta del Bullaque, donde la exhibirán junto a otra de las réplicas. El tercer molde se entregará al Parque Nacional de Cabañeros. Y es que, aunque la normativa internacional obliga a denominar el meteorito con el nombre de la localidad en que se encontró, en este caso Retuerta del Bullaque, coloquialmente también se conoce como el meteorito de Cabañeros.

 





MEDIO SIGLO DE UN TEJAR ARTESANO EN FONTANAREJO

5 10 2012

Ramona Castellanos Escribano cumple 91 años y ha dedicado parte de su vida a fabricar tejas, ladrillos y baldosas que lucen o cubren las viviendas de nuestro pueblo.

Justo Muñoz Fernández

Ramona Castellanos Escribano salta hoy la barrera de los noventa en su longeva vida. A sus 91 años, que estrenó la pasada media noche, sigue siendo una mujer activa, afable y cordial. La tía Ramona trabajó desde que era una niña en su tejar de Fontanarejo desde los años treinta del pasado siglo. Antes la familia, procedente de Miguelturra, había fabricado las tejas de manera intermitente en varias instalaciones alquiladas en el municipio. La producción quedó interrumpida al cesar su actividad alfarera en el año 1972. Ahora, ya jubilada desde hace años, Ramona dedica buena parte de su tiempo a tejer prendas artesanales para la familia y amistades con la técnica del punto con agujas, el ganchillo y el punto de cruz.

Rememorando los duros años en los que el tejar familiar estaba a pleno rendimiento, Ramona recuerda como el ciclo del trabajo anual se cerraba a finales del mes de septiembre y arrancaba en los meses de febrero y marzo, «meses en los que acarreábamos con los burros entre 500 o 600 cargas de leña para poder «alimentar» el horno en el que se cocían las tejas, los ladrillos y las baldosas. Yo ayudaba en esas tareas haciendo «lazos» de jara con el «garabato». En el mes de abril iniciábamos los preparativos para elaborar las tejas: cavar la tierra, cernerla con la criba y el harnero y, después, echarla en una gran pila que teníamos junto a la higuera y que llenábamos a base de verter unos 50 cubos de agua que sacábamos del pozo. Una vez allí, se pisaba y amasaba toda la mezcla hasta tener una masa compacta. El siguiente paso era ir elaborando las tejas con un molde que llamábamos «galápago» y se iban colocando una a una todas en la era. Se trataba de un espacio totalmente llano, recubierto de ceniza y abierto, en el que se quedaban las tejas tiernas varios días hasta que se secaban antes de pasar al horno. Yo recuerdo, siendo una cría, que aprovechaba mientras se iban oreando para hacer ganchillo o punto. El problema llegaba cuando le daba por llover y el agua nos deshacía toda la «parva» de tejas», indica Ramona con un recuerdo desolador.

Esta fontanarejeña va desgranando pausadamente como ponían a punto el horno en el que se colocaban por riguroso orden primero los ladrillos, luego las tejas y depués las baldosas. «La boca del horno se sellaba con adobes elaborados con barro y paja -explica explica con detalle esta artesana del barro- y allí se quedaban al menos una semana cociéndose lentamente. Durante todo ese tiempo la familia hacíamos guardia, por turnos, y nos turnábamos en la boquilla del horno atizando noche y día para que no bajara la temperatura».

Una vez que «los tejeros» tenía listo el material, las baldosa, los ladrillos y las tejas se ponían a la venta. Una comercialización que, en no pocas ocasiones, se realizaba por el viejo y entrañable sistema del «trueque». Es decir, muchas familias se llevaban los productos alfareros y los pagaban posteriormente con fanegas de trigo cuando se recogía el cereal en las eras, allá por los meses de julio y agosto.

El duro trabajo manual de pura alfarería artesanal se vio aliviado en el año 1962 cuándo la familia adquirió un motor que mecanizaba parte del proceso al tener molino, galletera y amasadora. Los trabajos, no obstante, seguían siendo duros y difíciles.

Han pasado los años y muchos tejados de las casas, las tenadas, los pajares y los corrales del municipio permanecen cubiertos por las miles de tejas que salieron en su día de la vieja fábrica artesanal de Ramona y su familia, hoy ya abandonadas y en desuso.  Son testigos mudos e impasibles de un tiempo pasado en el que el barro y la tierra eran el sustento para la mayoría de las familias de Fontanarejo.

Precisamente la Asociación «Amigos de las Luminarias» de Fontanarejo  reconoció hace tres años la trayectoria laboral, humana y artesanal de Ramona Castellanos a quien entregó el galardón «Romera Cencía», un premio con el que la citada entidad distingue anualmente a entidades personas e instituciones. Se premiaba el perfil de una fontanarejeña enamorada de las tradiciones locales que cada año monta un singular altarcillo a la puerta de su casa para la procesión del Corpus, enciende una espléndida «luminaria» cada 30 de abril al atardecer o canta el mayo en la Cruz. Ramona Castellanos es una ciudadana cumplidora con el tiempo y con la historia que, cuando ya sube el primer peldaño de las escaleras del siglo, es un archivo viviente a la hora de recordar tiempos pasados de la historia, del costumbrismo y de la gastronomía local. Ramona, entre otras habilidades culinarias, ha hecho siempre una deliciosa «candelilla», un singular dulce de la zona elaborado con miel y «pestiños».

Esta nonagenaria emplea ahora su tiempo, en el día a día, confeccionando prendas y utensilios elaborados con hilo, con lana y con una gran maestría artesana. En su casa, donde vive con sus hijos Carmen e Inocente, luce muchas de estas obras y otras muchas que han viajado a Mallorca, donde vive otro hijo de Ramona. Se trata, sin duda, de una rica artesanía que, junto con los miles de tejas que techan decenas de construcciones en Fontanarejo, perpetuarán su memoria. !!Felicidades, tía Ramona!!





LOS GAÑANES: VIDA Y MIES EN LAS ERAS DE ANTAÑO EN FONTANAREJO

19 08 2012

Entre las extenuantes faenas de la era, todas de extrema dureza, sacar la mies aventajaba al resto con diferencia. La realizaban los gañanes, personas fuertes y jóvenes, generalmente los mozos de la familia.

Los gañanes dormían, por norma, en la era para cuidar la yunta. De madrugada, con la aparición de las Cabrillas en el cielo, salían con los carros: de vacas o de mulas camino del corte. Durante el trayecto, que duraba según la lejanía de aquel, el gañan dormitaba subido en su carro. Cuando llegaba al “piazo” (suerte), recogía los haces y cargaba el carro. Cansado y somnoliento volvía a la era guiando con maestría, “injá” (aguijada) al hombro, a su yunta por el polvoriento carril.

Era espectacular ver la llegada de las yuntas comidas de moscas, sudorosas y nobles. A paso lento, deshacían cansadas y anhelantes de rodeo la ruta de vuelta. Se formaban, a veces, hileras de varias decenas de carros, todos bien cargados y con los haces trabados por la llave y la maroma atada al torno del carro. Había, en ocasiones, un mensaje subliminal en los carros mejor cargados y con más vueltas (capas de haces superpuestos). Un escaparate donde exhibían sus capacidades, ante la amada o la familia de de la misma, los mozos en amores. Muchas veces esto salía mal, pues los carros cuanto más vueltas se cargaban más estabilidad perdían y, claro, se corría el riesgo de volcar. Cuando se producía un vuelco el protagonista sufría una pequeña “humillación”. Se decía que fulano había puesto un molino. En estas ocasiones, se mostraba la solidaridad entre la gente de Fontanarejo. El resto de gañanes ayudaban al “molinero” a poner en orden el desaguisado. Entre todos levantaban el carro volcado y le cargaban para sacar al protagonista de la estacada.

Llegado a su era, el gañán descargaba el carro y hacinaba los haces, daba de comer a su yunta y la cuidaba con esmero. Mientras la yunta comía, él almorzaba migas con chorizo, lomo, pimientos y arrope. Luego, se pertrechaba para repetir por la tarde la misma faena. Cumpliendo un ritual cotidiano untaba de sebo el eje del carro, mojaba el cubo de la rueda, ponía el horquillo, la maroma y las coyundas dentro de la caja del carro, y se abastecía de agua. Dejaba preparado todo lo imprescindible para afrontar con garantía la tarea vespertina.

A las doce de la mañana, si podía, dormía un rato a trompicones, como se decía, molestado por el vaivén de los “trillaores”, que en el lamentable estado que se encontraban, no discernían bien si incordiaban con sus visitas permanentes al sombraje. Este descanso no se producía todos los días, pues en ocasiones se tenía que aventar el grano y era necesario el trabajo de todos. Como es de suponer, el gañán participaba como otro más en las diversas faenas. No gozaba de ningún privilegio. Tras un pequeño descanso arrimaba el hombro ayudando a limpiar. Luego uncía la yunta y subía los costales a la casa.

Después de comer, sobre las tres y media de la tarde, con cuarenta grados centígrados o más, el gañán volvía a desplazarse nuevamente al acarreo de mies. Esto se repetía todos los días, mañana y tarde, mientras duraba la época de trilla. A la vuelta, le esperaba un buen gazpacho hecho a la antigua usanza.

Todos los que trabajaban en las tareas de la era esperaban la llegada de las Fiestas de Agosto como agua de mayo. Esto suponía estar cinco o seis días de descanso. Se olvidaban los trabajos. Las yuntas se echaban a la “vacá” (vacada) para tener menos preocupaciones y participar en la fiesta con plenitud. Era un alivio para los esforzados gañanes ¿Quizá podrían descansar? Pero eran mozos. Tenían que divertirse.

Los mozos y chavales iban a bañarse al charco la Olla o al de la Losa el día quince por la mañana, antes de la procesión, para quitarse el tamo.

Con la llegada de las fiestas, se estrenaban vestidos, camisas y pantalones, especialmente, el dieciséis de agosto, San Roque, día grande en Fontanarejo de los Montes. Se vivían las fiestas con entusiasmo y alegría. Los mozos y mozas no descansaban. Había múltiples actividades: baile (a mediodía, antes de cenar y a partir de la una de la madrugada), toros todos los días y otras actividades festivas como carrera de caballos, de burros, pedestres, etc. Los chavales y chavalas iniciaban sus pinitos en el baile verbenero. Participaban en las diversas actividades lúdicas: carreras de sacos, piñatas, etc. Y en ocasiones, pocas, con suerte hasta se cumplía la tan reiterada promesa de enseñarles la mesa del turrón.

Las personas mayores iban a las verbenas. Bailaban pasodobles con gran maestría. Se sentaban a tomar cerveza de barril fresquita, la que existía entonces, y a la que llamábamos “meao de burro” por la espuma que hacía. A los chavales nos daban a beber aquella gaseosa artesana que se hacía en nuestro pueblo, y de la cual tenemos tan grato recuerdo.

Pasadas las fiestas, vuelta al tajo. El gañán seguía con su actividad. Cuando terminaba de sacar la mies encerraba el grano y más tarde la paja, luego retiraba la pajaza de la era y la llevaba a la hoja de labor para quemar las matas de monte. Con esta acción terminaba el ciclo de tareas que llamábamos “hacer el verano”.

Estas estampas, de épocas no tan lejanas, a muchos les parecerán Prehistoria; pero son información para que los que no vivieron aquellos tiempos recuerden sus raíces.

 

ASOCIACIÓN «AMIGOS DE LAS LUMINARIAS DE FONTANAREJO»





Un guarro de 145 kg

4 07 2012

Me comenta Gabriel, que se ha matado en una espera un jabalí de unas proporciones considerables, 145 kg y me adjunta las fotos para que las veamos. Están un poco oscuras pero se puede apreciar perfectamente el bicho.

Os transcribo el correo que me ha enviado con las fotos:

 

Buenas, te mando este correo debido a que ya sabes que estamos en época de siega y de esperas de jabalí por el pueblo, por si fuera posible que escribieses un artículo en tu página sobre un jabalí que mataron Felipe ( el copao ) y mi padre la otra noche, debido a que llegó a pesar en la báscula 145 kg, una barbaridad, a ver si así consiguiésemos dar algo de fama al coto de Fontanarejo ya que un ejemplar así no se mata todos los días, de hecho ninguno de los cazadores con los que he hablado han matado algo igual en el pueblo, sobre 120/125kg si, pero 145kg es una bestialidad, te mando unas fotos para que le veas!,

Un Saludo. ;)

Gabriel

 





LA ESTREMECEDORA NUBE DEL 28 DE AGOSTO DE 1952

4 09 2011

Una fuerte tormenta, acompañada de un viento huracanado, un intenso aguacero y un virulento pedrisco, asoló Fontanarejo hace ahora 59 años.

Un vecino, Trinidad Pavón, fue rescatado tras aplastarle un carro cargado de mies. El vendaval volcó carretas y aventadoras, se llevó tejas, dañó olivos, machacó melonares, mató aves y arrasó huertos.

Inscripción recordando el acontecimiento

Foto de la época en la que se ven los regatos hechos en la sierra

Tronco de olivo dañado por la nube

El Tío Trini

Justo Muñoz Fernández

Sucedió hace ahora 59 años. Un 28 de agosto de 1952 Fontanarejo vivió una estremecedora jornada de pánico e incertidumbre al desatarse una aparatosa tormenta en la que, tras obscurecer el cielo en pleno día, descargó un intenso vendaval que sembró el miedo y el desconcierto entre el vecindario. El fuerte aguacero, que duró a penas quince minutos, irrumpió acompañado de un virulento pedrisco y de un de fuerte viento que arrastró carros cargados de mies, volcó aventadoras/limpiadoras, levantó tejas, mató cientos de aves, destrozó olivos, arrasó huertas, machacó melonares y dañó considerablemente el arbolado y el monte autóctono allá por donde pasó. Un vecino del pueblo, Trinidad Pavón Fernández, quedó atrapado debajo de un carro cargado de haces de trigo y pudo ser rescatado cuando ya estaba casi asfixiado. Muchos fontanarejeños que vivieron tan fatídica jornada aún recuerdan la renombrada «nube del 28 de agosto» como «lo nunca visto». Emiliana Muñoz García, la más anciana del pueblo que va camino de cumplir 101 años el próximo mes de noviembre, explica que «yo no recuerdo nada igual en mi vida como la que cayó aquel día en nuestro pueblo». Una inscripción, grabada a mano en uno de los históricos corrales de ganado, recuerda la aciaga fecha:» 28.8.1952″.

Las gentes de Fontanarejo afrontaban aquella jornada, ya en los amenes del mes de agosto y pasadas las fiestas patronales, afanados en los duros trabajos en  las eras. Había sido un buen año de cosecha, de ahí que se prolongaran aún las tareas de la recolección. Los melonares y las huertas también presentaban un aspecto envidiable. Nadie hacía presagiar la que se avecinaba en lo meteorológico. Hay que tener en cuenta que por aquél entonces no existía la televisión, que llegó a España poco tiempo después, y, por lo tanto, la predicción del tiempo no estaba a la orden el día, como pasa hoy. Los pocos aparatos de radio que había en el pueblo se tenían más para escuchar el «parte» de Radio Nacional de España que para otros servicios en las ondas.

Cuentan paisanos nuestros que vivieron aquel episodio que «el día ennegreció de tal manera que se hizo como de noche». Y, de repente, cayó una tromba de agua y pedrisco como nunca se había registrado en el lugar. Con tal fuerza y magnitud arreció la tromba y, sobre todo, el granizo que muchos troncos de olivos quedaron dañados a perpetuidad durante aquéllos «interminables y sobrecogedores minutos».

Testigos directos relatan aún hoy detalles  de aquél «diluvio» que se les vino encima. «Las calles, las cunetas y los barrancos venían aventados de agua y lodos. Llovía con una intensidad desconocida, caía pedrisco, soplaba un viento descomunal. Daba mucho miedo», comenta Teodora García Domínguez, una fontanarejeña, que tiene hoy 75 años, y que vivió aquel trance con tan solo 16 años de edad recordando que «trillábamos en las eras de abajo y el aire se llevó cuartillas, horcas y utensilios hasta el corral del tío Flores. Un melonar hermosísimo que teníamos en la Cuesta Mermeja lo destrozó por completo».

El vendaval sopló con tal intensidad que se llevó por delante carros, utensilios, «sombrajes», aventadoras, «chumbanos» y hacinas. «Nosotros teníamos cargado en la era un carro con seis vueltas de centeno y el ventisco lo arrastró un buen trecho hasta que, finalmente, no volcó por que se quedó aculado contra la pared», comenta Virgilio Arias quien a sus 78 años años de edad revive aquélla fecha como algo insólito. «En la solana de la Hoya de la Mata el aire arrancó de cuajo un chaparro grandísimo que había en lo de Virginio, si no lo veo no lo creo», comenta este fontanarejeño quien recuerda ver «volar escobas, rastros,» amontonadores», horcas, bielgas etc. con el intensísimo aire».

Vicente Muñoz Molina, otro fontanarejeño que acaba de cumplir 83 años, estaba guardando cabras aquel 28 de agosto. «Caían unos granizos como huevos de gallina y soplaba un «airazo» que se lo llevaba todo. Los regueros y arroyos iban desbordados y el agua arrastró tres cabras mías en el charco de Los Medranchones que se puso con una crecida que daba miedo. Yo no he visto nunca caer tanta agua ni tanta piedra en tan poco rato», explica Vicente.

Paulina Muñoz Martín y Felipe Martín Fernández, un matrimonio que hoy tienen 75 ella y 80 años él, recuerdan perfectamente aquella inquietante jornada. «Las calles que bajaban desde la iglesia parroquial hasta el Moralillo desembocaban como un auténtico río», comenta Paulina quien estaba en la fuente llenando unos cántaros de agua cuando se desató la tormenta «y a penas me dio tiempo para llegar hasta mi casa con el torrente de agua que empezó a caer». Felipe recuerda como «una limpiadra que teníamos  en la era del tío Joselín se la llevó arrastra la ventolera hasta la calle y casi cae hasta un reguero próximo. Fue tremendo. Los abundantes melonares que había en la Calle Real y en todos esos «Praos» los agujereó y a los tres o cuatro días se pudrieron todos.Cientos de pájaros que se refugiaron en los olivos cercanos al pueblo murieron apedreados los animalillos», explica Felipe.

Emiliana Muñoz García, con sus ciento y pico años de edad, recuerda perfectamente aquella fatídica jornada. «Yo misma vi como el agua sacaba del corral y se llevaba carretera abajo una vaca nuestra, que llamábamos «Gargantilla», con su becerro hasta que, finalmente, pudieron sobrevivir ambos animales», señala Emilia mientras sigue comentando como «en el bar de mi hermano Ignacio salían las sillas, las botellas y las cajas por la puerta hasta la calle empujadas por el agua que se metió en la casa y en el portal. El reguero del «Charquillo» iba pared con pared y el melonar que teníamos en Los Medranchones lo arrasó todo», explica esta fontanarejeña centenaria.

El rescate de Trinidad Pavón

Pero lo más dramático y duro que se vivió durante aquella jornada agosteña fue el aplastamiento de un vecino que quedó sepultado debajo de un carro cargado de mies. Se trataba de Trinidad Pavón Fernández, un fontanarejeño que, como muchos otros, se encontraba en la era cuando se desató el vendaval. Según parece, la carreta de la que habitualmente tiraban dos hermosos toros, le cayó encima sin que estos estuvieran uncidos. La voz de alarma la dio Severiano, otro vecino del pueblo que trabajaba con él y que lanzó el S.O.S para que acudiera gente al rescate. Y hasta allí, a modo de 112 instantáneo y local, se desplazaron muchos vecinos que lograron levantar a pulso el carro y salvar a Trinidad. «Acudimos enseguida hasta la era del tío Trini para socorrerle», relata Valentín Fernández Pavón, sobrino del accidentado quien hoy, a sus 88 años de edad, recuerda que «íbamos a carrera por las cercas que había junto a la carretera, que estaban «empedradas» de melones, pues ésta estaba absolutamente anegada de agua, como si fuera un río. Y ya nos encontramos con un grupo de vecinos que traían al tío Trini. Aquello parecía el Diluvio Universal. En la vida hemos visto nada igual en nuestro pueblo con aquélla furia con la que caía tanta agua, tanto viento y tanta piedra», comenta.

Trinidad Pavón no ocultó nunca a sus convecinos que, en tan fatídicos instantes, se encomendó a la virgen de Guadalupe y que esta, según decía, le había salvado la vida. Así se lo hizo saber a cuantos le quisieron escuchar durante el resto de sus días. Al año siguiente acudió hasta el monasterio de Guadalupe con otros fontanarejeños. «Fuimos un montón de gente en un camión de los que se utilizaban para traer el abono y el tío Trini compró un cuadro con la Virgen que tuvo siempre colgado en su casa», comenta Paulina quien relata con detalle aquél emotivo desplazamiento «en el que íbamos apiñados en el camión con nuestras alforjas para el viaje».

A lo largo de los años, Trinidad Pavón Fernández solía desplazarse, a lomos de su caballo, cada 8 de septiembre hasta el monasterio de Guadalupe para entregar un donativo y comprar unas medallas con la imagen de la patrona de Extremadura que solía regalar a familiares y amigos mientras refería el terrible trance por el que pasó. En un muro que existe en el citado recinto monástico están recogidos una serie de duros y dramáticos sucesos, que tuvieron un final considerado milagroso, entre los que aparece el que le ocurrió a Trinidad Pavón,vecino de Fontanarejo de Los Montes, un 28 de agosto de 1952.

Tras la tempestad, llegó la calma y los de fontanarejo tuvieron que hacer frente a los numerosos daños y desperfectos ocasionados por la tremenda tormenta, además de recoger utensilios, aperos y trastos desparramados por todas partes durante los minutos que duró la tormenta. Hubo quien encontró la trilla en la era de al lado y hasta quien tuvo que «buscar» el carro con estacas a varios metros de donde lo había dejado. Por otro lado, algunos vecinos del pueblo llenaron espuertas y barreños con tordos, gorriones, tórtolas y perdices que mató el abultado pedrisco.

Aquélla jornada, tensa y dramática, se recuerda cada año en Fontanarejo como una día negro en el que no se explica como no se registraron más desgracias personales, salvo el gran susto que supuso el aplastamiento y posterior rescate del tío Trinidad que se saldó con un «milagro», según el mismo refirió hasta su muerte.

 





Programa de fiestas de las Luminarias del 2011

31 03 2011








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