Una fuerte tormenta, acompañada de un viento huracanado, un intenso aguacero y un virulento pedrisco, asoló Fontanarejo hace ahora 59 años.
Un vecino, Trinidad Pavón, fue rescatado tras aplastarle un carro cargado de mies. El vendaval volcó carretas y aventadoras, se llevó tejas, dañó olivos, machacó melonares, mató aves y arrasó huertos.

Inscripción recordando el acontecimiento

Foto de la época en la que se ven los regatos hechos en la sierra

Tronco de olivo dañado por la nube

El Tío Trini
Justo Muñoz Fernández
Sucedió hace ahora 59 años. Un 28 de agosto de 1952 Fontanarejo vivió una estremecedora jornada de pánico e incertidumbre al desatarse una aparatosa tormenta en la que, tras obscurecer el cielo en pleno día, descargó un intenso vendaval que sembró el miedo y el desconcierto entre el vecindario. El fuerte aguacero, que duró a penas quince minutos, irrumpió acompañado de un virulento pedrisco y de un de fuerte viento que arrastró carros cargados de mies, volcó aventadoras/limpiadoras, levantó tejas, mató cientos de aves, destrozó olivos, arrasó huertas, machacó melonares y dañó considerablemente el arbolado y el monte autóctono allá por donde pasó. Un vecino del pueblo, Trinidad Pavón Fernández, quedó atrapado debajo de un carro cargado de haces de trigo y pudo ser rescatado cuando ya estaba casi asfixiado. Muchos fontanarejeños que vivieron tan fatídica jornada aún recuerdan la renombrada «nube del 28 de agosto» como «lo nunca visto». Emiliana Muñoz García, la más anciana del pueblo que va camino de cumplir 101 años el próximo mes de noviembre, explica que «yo no recuerdo nada igual en mi vida como la que cayó aquel día en nuestro pueblo». Una inscripción, grabada a mano en uno de los históricos corrales de ganado, recuerda la aciaga fecha:» 28.8.1952″.
Las gentes de Fontanarejo afrontaban aquella jornada, ya en los amenes del mes de agosto y pasadas las fiestas patronales, afanados en los duros trabajos en las eras. Había sido un buen año de cosecha, de ahí que se prolongaran aún las tareas de la recolección. Los melonares y las huertas también presentaban un aspecto envidiable. Nadie hacía presagiar la que se avecinaba en lo meteorológico. Hay que tener en cuenta que por aquél entonces no existía la televisión, que llegó a España poco tiempo después, y, por lo tanto, la predicción del tiempo no estaba a la orden el día, como pasa hoy. Los pocos aparatos de radio que había en el pueblo se tenían más para escuchar el «parte» de Radio Nacional de España que para otros servicios en las ondas.
Cuentan paisanos nuestros que vivieron aquel episodio que «el día ennegreció de tal manera que se hizo como de noche». Y, de repente, cayó una tromba de agua y pedrisco como nunca se había registrado en el lugar. Con tal fuerza y magnitud arreció la tromba y, sobre todo, el granizo que muchos troncos de olivos quedaron dañados a perpetuidad durante aquéllos «interminables y sobrecogedores minutos».
Testigos directos relatan aún hoy detalles de aquél «diluvio» que se les vino encima. «Las calles, las cunetas y los barrancos venían aventados de agua y lodos. Llovía con una intensidad desconocida, caía pedrisco, soplaba un viento descomunal. Daba mucho miedo», comenta Teodora García Domínguez, una fontanarejeña, que tiene hoy 75 años, y que vivió aquel trance con tan solo 16 años de edad recordando que «trillábamos en las eras de abajo y el aire se llevó cuartillas, horcas y utensilios hasta el corral del tío Flores. Un melonar hermosísimo que teníamos en la Cuesta Mermeja lo destrozó por completo».
El vendaval sopló con tal intensidad que se llevó por delante carros, utensilios, «sombrajes», aventadoras, «chumbanos» y hacinas. «Nosotros teníamos cargado en la era un carro con seis vueltas de centeno y el ventisco lo arrastró un buen trecho hasta que, finalmente, no volcó por que se quedó aculado contra la pared», comenta Virgilio Arias quien a sus 78 años años de edad revive aquélla fecha como algo insólito. «En la solana de la Hoya de la Mata el aire arrancó de cuajo un chaparro grandísimo que había en lo de Virginio, si no lo veo no lo creo», comenta este fontanarejeño quien recuerda ver «volar escobas, rastros,» amontonadores», horcas, bielgas etc. con el intensísimo aire».
Vicente Muñoz Molina, otro fontanarejeño que acaba de cumplir 83 años, estaba guardando cabras aquel 28 de agosto. «Caían unos granizos como huevos de gallina y soplaba un «airazo» que se lo llevaba todo. Los regueros y arroyos iban desbordados y el agua arrastró tres cabras mías en el charco de Los Medranchones que se puso con una crecida que daba miedo. Yo no he visto nunca caer tanta agua ni tanta piedra en tan poco rato», explica Vicente.
Paulina Muñoz Martín y Felipe Martín Fernández, un matrimonio que hoy tienen 75 ella y 80 años él, recuerdan perfectamente aquella inquietante jornada. «Las calles que bajaban desde la iglesia parroquial hasta el Moralillo desembocaban como un auténtico río», comenta Paulina quien estaba en la fuente llenando unos cántaros de agua cuando se desató la tormenta «y a penas me dio tiempo para llegar hasta mi casa con el torrente de agua que empezó a caer». Felipe recuerda como «una limpiadra que teníamos en la era del tío Joselín se la llevó arrastra la ventolera hasta la calle y casi cae hasta un reguero próximo. Fue tremendo. Los abundantes melonares que había en la Calle Real y en todos esos «Praos» los agujereó y a los tres o cuatro días se pudrieron todos.Cientos de pájaros que se refugiaron en los olivos cercanos al pueblo murieron apedreados los animalillos», explica Felipe.
Emiliana Muñoz García, con sus ciento y pico años de edad, recuerda perfectamente aquella fatídica jornada. «Yo misma vi como el agua sacaba del corral y se llevaba carretera abajo una vaca nuestra, que llamábamos «Gargantilla», con su becerro hasta que, finalmente, pudieron sobrevivir ambos animales», señala Emilia mientras sigue comentando como «en el bar de mi hermano Ignacio salían las sillas, las botellas y las cajas por la puerta hasta la calle empujadas por el agua que se metió en la casa y en el portal. El reguero del «Charquillo» iba pared con pared y el melonar que teníamos en Los Medranchones lo arrasó todo», explica esta fontanarejeña centenaria.
El rescate de Trinidad Pavón
Pero lo más dramático y duro que se vivió durante aquella jornada agosteña fue el aplastamiento de un vecino que quedó sepultado debajo de un carro cargado de mies. Se trataba de Trinidad Pavón Fernández, un fontanarejeño que, como muchos otros, se encontraba en la era cuando se desató el vendaval. Según parece, la carreta de la que habitualmente tiraban dos hermosos toros, le cayó encima sin que estos estuvieran uncidos. La voz de alarma la dio Severiano, otro vecino del pueblo que trabajaba con él y que lanzó el S.O.S para que acudiera gente al rescate. Y hasta allí, a modo de 112 instantáneo y local, se desplazaron muchos vecinos que lograron levantar a pulso el carro y salvar a Trinidad. «Acudimos enseguida hasta la era del tío Trini para socorrerle», relata Valentín Fernández Pavón, sobrino del accidentado quien hoy, a sus 88 años de edad, recuerda que «íbamos a carrera por las cercas que había junto a la carretera, que estaban «empedradas» de melones, pues ésta estaba absolutamente anegada de agua, como si fuera un río. Y ya nos encontramos con un grupo de vecinos que traían al tío Trini. Aquello parecía el Diluvio Universal. En la vida hemos visto nada igual en nuestro pueblo con aquélla furia con la que caía tanta agua, tanto viento y tanta piedra», comenta.
Trinidad Pavón no ocultó nunca a sus convecinos que, en tan fatídicos instantes, se encomendó a la virgen de Guadalupe y que esta, según decía, le había salvado la vida. Así se lo hizo saber a cuantos le quisieron escuchar durante el resto de sus días. Al año siguiente acudió hasta el monasterio de Guadalupe con otros fontanarejeños. «Fuimos un montón de gente en un camión de los que se utilizaban para traer el abono y el tío Trini compró un cuadro con la Virgen que tuvo siempre colgado en su casa», comenta Paulina quien relata con detalle aquél emotivo desplazamiento «en el que íbamos apiñados en el camión con nuestras alforjas para el viaje».
A lo largo de los años, Trinidad Pavón Fernández solía desplazarse, a lomos de su caballo, cada 8 de septiembre hasta el monasterio de Guadalupe para entregar un donativo y comprar unas medallas con la imagen de la patrona de Extremadura que solía regalar a familiares y amigos mientras refería el terrible trance por el que pasó. En un muro que existe en el citado recinto monástico están recogidos una serie de duros y dramáticos sucesos, que tuvieron un final considerado milagroso, entre los que aparece el que le ocurrió a Trinidad Pavón,vecino de Fontanarejo de Los Montes, un 28 de agosto de 1952.
Tras la tempestad, llegó la calma y los de fontanarejo tuvieron que hacer frente a los numerosos daños y desperfectos ocasionados por la tremenda tormenta, además de recoger utensilios, aperos y trastos desparramados por todas partes durante los minutos que duró la tormenta. Hubo quien encontró la trilla en la era de al lado y hasta quien tuvo que «buscar» el carro con estacas a varios metros de donde lo había dejado. Por otro lado, algunos vecinos del pueblo llenaron espuertas y barreños con tordos, gorriones, tórtolas y perdices que mató el abultado pedrisco.
Aquélla jornada, tensa y dramática, se recuerda cada año en Fontanarejo como una día negro en el que no se explica como no se registraron más desgracias personales, salvo el gran susto que supuso el aplastamiento y posterior rescate del tío Trinidad que se saldó con un «milagro», según el mismo refirió hasta su muerte.
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