Os reproduzco aquí, para que podáis leer con más facilidad, el artículo de la Asociación Amigos de Las Luminarias del Programa de Fiestas: «Las eras, aquel territorio mítico».

Si preguntáramos a un chaval de Fontanarejo por las eras, con toda seguridad, nos hablaría de la piscina o del polideportivo, dos espacios que tienen una dimensión lúdica. Sin embargo, las eras para muchos fontanarejeños, aquellos que pasan ya de los cincuenta, son: las de Arriba, las del Prao de las Ánimas, las de Abajo, las del Muladar, las de San Agustín, etc., un espacio de referencia vital.
Para los habitantes de nuestro pueblo este territorio tuvo, en su momento, dos vertientes una de esparcimiento y otra de sacrificio: en el jugaban los muchachos del pueblo, se lidiaban toros, se realizaban actividades festivas, se empezaba a madurar y a conocer la responsabilidad del trabajo, pues la mayoría de los chavales, y en ocasiones las chicas trabajaban en las faenas de la era como “trillaores”.
En Fontanarejo, mediado julio comenzaban las faenas de la era, que se alargaban hasta mediados de septiembre. En estas tareas participaban los chavales.
A las ocho de la mañana, comenzaban las tareas del “trillaor”: bajaba con la yunta a la era para que comiera, emparvaba o volvía la parva. A las nueve se enganchaba la yunta y a trillar. Y ahí, ¡ay! comenzaba una larga y dura jornada que finalizaba a las nueve o diez de la noche.
Al comienzo del trabajo, con la “fresca”, y hasta el almuerzo, la faena era soportable; pero una vez que el “trillaor” se metía entre pecho y espalda unas buenas migas, hechas con el corazón que en ello ponían nuestras madres, acompañadas de: chorizo, lomo, chuletas y el arrope de verdad, y con una temperatura de cuarenta grados, comenzaba un suplicio perpetuo para el susodicho.
Las eras eran, ahora, un espacio sin estreñidos, a lo largo de la mañana, se visitaban varias veces las “cerderas” (lindazos) más que para defecar para descansar, y algo curioso, nuestros pies descalzos no sentían los pinchazos de cardos, ni el suelo abrasador. Era como un terremoto con las consabidas réplicas.
Al primero que paraba la yunta, le seguían, rápidamente otros. Era una situación incontrolable, que desquiciaba a nuestros mayores, no se acordaban que ellos, en su día, también habían hecho lo mismo. A los pocos minutos de regresar del “cagaero”, le acosaba una sed irrefrenable, corría al sombraje para saciar tan urgente necesidad, que como se puede imaginar no era tal. Esta se combatía con hábil maestría, en la que todo buen “trillaor” era especialista, mediante pequeños tragos robando el mayor tiempo posible al monótono y durísimo trabajo, hasta que alguien espetaba, hiriéndote sin considerar tu lamentable estado ¡Este nos deja sin agua fresca en el zaque! ¡A trillar! que la parva no quiebra. Herido en lo más hondo regresaba a la faena. La vuelta suponía que ya no había argumentos para no cumplir como se esperaba, pero hete aquí que, nuevamente, el “trillaor” salía corriendo sin escuchar las voces que desde la sombra daban nuestros mayores. Tenía nueva y urgente necesidad de cagar, esto, en ocasiones salía bien, y si se apiadaban, le “quitaban” de trillar un rato. Lo cual era aprovechado para recostarse un poco a la sombra, siempre mirando para el lado contrario a la parva, para no ver las señas que reclamaban su regreso al tajo. Nada le libraba, siempre le tocaba alguien para que atendiera las insinuaciones, malsanas, de quien le relevó. En fin, nuevamente al tajo.
Sobre las doce y media de la mañana, la “garbana” era insoportable, un lujo que se permitía todo aquel que se preciaba de buen “trillaor”. Este, adormilado, trillaba por el mismo carril hasta hacer “arrollaeros” y “huebras”. Al momento, todos los “trillaores” alertados por el ruido comenzaban a gritar la famosa frase: “huebras en las eras tal, huebras de fulano”, era quizá el único acontecimiento que rompía la solidaridad entre ellos. Nuestros mayores salían del sombraje para solucionar el problema, con la consabida bronca.
La mañana se hacía eterna. Miraba miles de veces la sombra de la capilla. Esta parecía estática, no se solidarizaba con el que sufre. No caía con la celeridad deseada. La tortícolis se apoderaba del esforzado que no quitaba el ojo de la mejor y única referencia horaria. Pero no daba la batalla por perdida, era una guerra de desgaste. Volvía a la carga afirmando que la capilla ya había caído, que los de las eras tal, ya estaban soltando. Por fin, los mayores salían del sombraje con horcas o palas para volver las parvas, ahora, deseaba que eligieran volver la suya la primera, para, así, soltar y ponerse a la sombra. Una parte de la jornada había pasado. Montados en las caballerías se regresa a casa a la espera de una pequeña siesta. Antes comerá un cocido de verdad, de los de antes.
A las cuatro de la tarde, con todo el “resistidero”, deshace somnoliento el camino de la era. Retoma la misma rutina de la mañana. Anhela que aparezca quien lleva la merendilla: aquellos gazpachos artesanos hechos con hortera y mortero.
En ocasiones, menos de las deseadas, aparecían por las eras los heladeros. Era una gozada tomarse un helado o un refresco a las cinco de la tarde. Nadie tenía dinero, entonces aparecía la economía de trueque: por una almorzada de grano o de garbanzos conseguíamos los helados o el refresco. El trueque era una economía de intercambio, habitual en nuestro pueblo. Durante el período de trilla, cuando se aventaba el grano, pasaban por las eras panaderos, vaqueros, peluqueros, yegüeros, cabreros, etc. para cobrar en especie los servicios prestados, a cuenta, a lo largo del año.
Al final de la tarde, cuando se soltaban las yuntas y se terminaban las ocupaciones, los chavales jugaban entre las hacinas y peces de grano. A esas horas, aparecían por las eras, ahora sí, con la fresca, personas que no trabajaban en estas labores. Acudían a los sombrajes donde los hombres mantenían animadas tertulias. Era el momento y el lugar donde se intercambiaban noticias y mentidero del pueblo.
Las faenas llevadas a cabo en las eras, a pesar de su dureza extrema y de lo gravoso que resultaba su desempeño, son recordadas con verdadero cariño, quizá porque éramos unos chavales.
Recordamos con emoción a todos nuestros ascendientes: su esfuerzo, su sabiduría, su buen hacer en el desempeño del trabajo. Había, en aquel territorio, un espíritu de generosidad, de solidaridad y de concordia encomiables. La gente se ayudaba en aquellas durísimas tareas sin escatimar esfuerzos.
Nosotros llamamos a todos los fontanarejeños a coger el testigo de nuestros antepasados. Hagamos un esfuerzo por volver al camino de la cordialidad, el respeto y la solidaridad. Si ellos pudieron, nosotros podremos. Recordemos esta frase: “Si queremos podemos, y si podemos debemos”.
Felices fiestas de agosto para todos.
ASOCIACIÓN AMIGOS DE LAS LUMINARIAS DE FONTANAREJO
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